Exuberante, desencantado y fascinante
Es extravagante, autocomplaciente, esteticista, vistosa y fragmentada, pero tiene momentos mágicos y entre sus puntillas y sus delirios nos deja ver un mundillo bello, decadente, fugaz y desbordado. En el centro está Jeb (un soberbio Toni Servillo), periodista cultural, todo un referente de ese mundo fantasioso y ausente. Tiene 65 años y en su juventud escribió una gran novela. Pero no escribió más y hoy vive (como su ciudad) de ese pasado. Estamos en la Roma de los snobs y los artistas, de los raros y los desilusionados. “Los verdaderos habitantes de Roma son los turistas”, dice un relator. Y Sorrentino adopta entonces trazos fellinianos para dejarnos una nueva “Dolce Vita”. Marcelo ahora es un hombre cansado, de lengua filosa, inteligente, desdeñoso, que ante la falta de esperanzas se refugia en el desencanto y el cinismo. Es un personaje clave en ese paraje donde sus calles y sus estatuas parecen ser lo único verdadero ante este desfile de máscaras e imposturas. Hay que saber actuar –enseña Jeb- en las fiestas y en los funerales. Y aceptar la existencia con la suficiente liviandad, porque “la vida es un viaje”, como aconseja Celine. Entre tanta nada, “todo es un truco”, agregará un mago que hace desaparecer cosas en ese mundillo donde todo se esfuma. Por eso reinan la máscara y el espectáculo y por eso el desenfreno será nada más que una buena costumbre. Al filme le cuesta arrancar, tarda en encontrar el rumbo, pero de a poco te embriaga con sus imágenes, sus rostros, sus diálogos, con su desfile abarrotado de estampas sueltas que parecen pintar mejor que nada el vacío existencial de los que están pero no saben para qué. El filme juega con los excesos y los contrastes. Y presenta a Roma como una ciudad santa y puta: comienza con la imagen de una trotacalles ajada y termina con una monja milagrera trepando por una interminable escalera. De esos extremos está hecha la ciudad, la gente y la película. Su tendencia al desborde, sus planos casuales, sus escenas inexplicables pueden bordear el absurdo. Pero Sorrentino allí nos dice que de esos pedacitos está hecha la vida, porque al final del camino lo que le quedará a Jeb “es el olor a comida de la casa de los viejos” y el recuerdo de ese amor adolescente, único refugio ante tanta soledad y hastío.