Un comienzo visualmente imponente y cargado de simbolismo, donde la belleza de imperturbables y silenciosos monumentos de una Roma santa y pura seden bruscamente su lugar a una fiesta que con una coreográfica puesta en escena y por más de 6 minutos a ritmo de “Far l’amore” de Raffaella Carrà remixado por Bob Sinclar, irá develando un desfile de pintorescos personajes (casi almodovareños) bailando en una terraza colgada sobre el Coliseo hasta dar con el protagonista absoluto de esta historia, Jep Gambardella, sintetizando toda una metáfora de lo que pretende el film.
Como una especie de caricatura burlesca que ambiciona conjugar la historia de Roma con el distanciado y frívolo presente de una veterana alta sociedad italiana, que se refugia en las fiestas y la gloria de su pasado para negar su decadencia.
La grande bellezza nos sumerge en este mundo burgués a través de un resignado Jep Gambardella, atractivo y seductor escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo en una reputada revista artística y cultural, carente de motivaciones en lo espiritual y un profesional del cinismo que vive su frívola existencia rodeado de personajes poderosos pero insustanciales, huecos y deprimentes visitando los palacios más antiguos y hermosos de Roma durante el día y fiestas por las noches cargadas de excesos, hipocresía y falsedad en donde solo faltaría la figura del ex primer ministro Berlusconi.
Un recorrido por una Roma excesiva y decadente, santa y pecadora al mismo tiempo, cuyo arte prolífico choca frontalmente con la degradación de esas vidas vacías que se mantienen en un eterno vivir a destiempo.
La magnífica actuación de Toni Servillo, que con la mirada desencantada y melancólica ha conseguido conjugar al galán italiano tradicional con este escritor que replantea su vida, cansado de un mundo repleto de fama, dinero, mujeres y fiestas que creía tan perfecto como irreal y que se da cuenta que ahora no tiene a nadie en quien refugiarse, pero aun así no está seguro si quiere abandonar del todo, consigue que interioricemos su complejo mundo de sensaciones contradictorias y que entremos en su doble y desoladora visión, compartiendo su escepticismo y el cinismo propio con el que abordamos las cosas que no queremos en el fondo eliminar.
Lo acompañan una curiosa fauna de memorables personajes con indigencia moral y carencia de humanidad, presuntuosos y engañados pero a la vez tristes y solitarios que a pesar de su edad sobreviven como los monumentos de la inmortal Roma, dejando la muerte para los más jóvenes en la película.
Esa enorme pobreza espiritual de sus personajes contrasta con el fastuoso lenguaje visual de la cámara de Sorrentino, que consigue crear un universo que se abre a los sentidos. Aprovechando al máximo el espacio en cada momento, con estupendos planos secuencias y travellings que cautivan y atrapan al espectador, retratando con originalidad lugares y personajes de la Roma magna y contrastando entre lo moderno y lo antiguo o clásico.
Escenas memorables como las fiestas, las sesiones de botox, la exposición de fotografías de una vida o la niña pintando un cuadro abstracto entre lamentos, mientras Jep junto a otros personajes recorren esculturas y pinturas de los grandes maestros de las artes por los palacios, quedan grabadas en nuestras retinas para disfrutar.
La música, que entre melodías clásicas y remixados electrónicos va empatizando y contrastando hábilmente con las imágenes en los momentos justos, complementa la gran riqueza visual.
Resulta casi imposible no traer a colación en el comentario la presencia de ciertas huellas en el film de los mayores referentes del cine italiano, como La dolce vita, de Fellini, por el personaje central; Antonioni, con su desoladora visión del ser humano; el escepticismo de Visconti y aspectos formales del cine de Rossellini, entre otros.
Más allá de los homenajes formales que puedan emanar en la película, La grande bellezza consigue forjar su propia estampa, cautivando al espectador principalmente por la belleza de sus imágenes, la gran actuación de Toni Servillo, un recorrido a través de los monumentos más sorprendentes de Roma y una historia donde la nostalgia es la invitada de honor, con diálogos que dan lugar a la reflexión pero que también divierten.
Donde la belleza física y espiritual, la que se lleva dentro del alma y que muchos no encuentran o pierden, son abordadas en las discusiones de los protagonistas así como la amistad, el esnobismo y el hedonismo extremo, para dejarnos claro que la nostalgia es un refugio a la vez placentero y doloroso y que la gran belleza reside en las cosas más simples, en las que muchas veces obviamos.
Con un final que no decepciona, La grande bellezza deja al espectador con una rara sensación sobre Roma y su gente, que a pesar de su historia clásica y sus glorificados artistas, pareciera ser un lugar por el que todos desean pasar pero donde nadie quiere quedarse, como dicen sus personajes "Los verdaderos habitantes de Roma son sus turistas".