Una Roma luminosa, omnipotente y barroca
Este film puede ser considerado como una reescritura parcial de la tan personal, antológica y provocadora obra de Fellini de fines de los cincuenta, "La Dolce Vita". La película de Sorrentino asume su delirante carácter de una gran puesta en escena.
Si bien en el Festival de Cannes 2013, donde compitió en la Selección Oficial, La grande belleza no recibió galardón alguno, lo cierto es que hoy es uno de los films más premiados de los últimos tiempos. Días pasados, en Londres, recibió el premio Bafta al mejor film extranjero, tras haber obtenido el Golden Globe en esa categoría. Y en estos días está nominado para el Oscar al "mejor film de habla no inglesa", compitiendo junto a La Cacería de Dinamarca (ya estrenado aquí) y otros films de otros países: Alabama Monroe (Bélgica), The Missing Picture (Camboya) y Omar (Palestina).
Desde el título que se eleva de manera retórica por encima de los techos de Roma, el film de Paolo Sorrentino, realizador nacido en Nápoles en 1970, de quien ya hemos visto en salas y circuitos alternativos Il Divo y Las consecuencias del amor, entre otras, este tan esperado film, desde el día de su estreno, ha abierto una gran polémica. Y las respuestas, pareciera, no admiten una valoración media: por el contrario, como el mismo film, apunta a los extremos.
Coincido con aquellos críticos que consideran a este film como una reescritura parcial de la tan personal, antológica y provocadora obra de Federico Fellini de fines de los cincuenta, La Dolce Vita, film que llevó a que el mismo Vaticano condenara, torpemente, a esta gran obra, que se propone como una lectura tan moral de la decadencia de toda una clase social subsumida en el hastío, que se mueve por repetidos rituales entre las ruinas y los espectros de un rancio conformismo.
Ahora, en este film de Sorrentino, que desanda el camino de su maestro, por esta Roma luminosa, omnipotente y barroca, que se interna en palacios y villas, su personaje central, Jep Gambardella, periodista, alguna vez escritor de una reconocida novela, El aparato humano; desencantado, deambula por una pasarela de la alta sociedad de su tiempo, presentada como una atronadora babilonia que escenifica sus pasajeros encuentros, interesados y enmascarados, en sofisticadas terrazas que saludan a una indiferente ciudad.
Nuestro personaje, igualmente crítico teatral, que está interpretado por este notable actor que es Toni Servillo, intérprete de Il Divo en el rol del siempre cuestionado Giulio Andreotti, Gomorra, Viva la libertá, La ragazza del lago y últimamente en Bella Addormentata de Marco Bellocchio, entre otras, es una suerte de flaneur, de paseante urbano, por esa Roma que va abriéndose paso entre el Coliseo y la Via Veneto, arteria principal del film de Federico Fellini y que ahora lo recibe fastuosamente en su nuevo cumpleaños.
El film de Paolo Sorrentino asume su delirante y festivo carácter de una gran puesta en escena, de un Kolosal Musical, kitsch y rutilante, en el que nadie acepta su propio presente y todo tiende a una subrayada impostación. Se puede pensar a todo el relato como un gran mascarón de proa -imagen inicial del film Casanova del mismo Fellini, de mediados de los 70- que poco a poco muestra su aspecto más descarnado y patético, las arrugas y las fisuras de los años idos.
Frente a la fragilidad y a ese tiempo que escapa, que ni las cirugías ni los grotescos maquillajes pueden detener, fluye, como en las mismas mansas aguas del Tíber un opaco resplandor de melancolía en algunos de sus personajes, como el que compone el mismo comediante Carlo Verdone. A diferencia de la mirada de Fellini, sobre sus criaturas, aseveran numerosos críticos italianos, no así las opiniones de los diferentes públicos, en La grande bellezza no vivenciamos un sentimiento de comprensión, de piedad, hacia esos personajes. Entiendo, claro está, que esta afirmación es más que discutible.
En declaraciones a la prensa, Sorrentino ha comentado que ha elegido para su personaje, Jep Gambardella, que mira desencantado esa gran puesta en escena, ya con sus sesenta y cinco años, en esa Roma a la que llegó cuando era muy joven, la actitud de un personaje que todo lo observa de su "cinismo sentimental". Y ahí está él abriéndose paso entre actores, prelados, políticos, stripers, intelectuales, delincuentes, economistas, y tantos más, como si estuviésemos frente a círculos dantescos, poblados de sombras, de figuras fantasmáticas. Su voluntad, desde esa perspectiva de crítico teatral, quizá sea la de un marionetista que mueve los hilos, a su antojo, desde un vanidoso accionar.
La grande belleza no sólo nos permite rever los caminos de Fellini, llegar además a esa orilla en la que tuvo lugar un reciente naufragio; sino, al mismo tiempo, reencontrarnos con aquellos personajes y en aquel lugar en el que mi admirado Ettore Scola, de quien esperamos su más reciente film Che strano chiamarsi Federico, nos ofreció a principios de los años 80: La terraza, historia narrada a partir de cinco encuentros en este mismo lugar, desde cinco puntos de vista diferentes: un guionista, un diputado, un productor de cine, un funcionario de la R.A.I., un periodista. Con las notables actuaciones de Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Stefania Sandrelli, Jean Louis Trintignant, Carla Gravina, Serge Reggiani, Stefano Satta Flores, entre otros.