Ironía, desencanto y deseo de trascendencia
Roma, la ciudad que algunos imaginaron eterna, sobrevive al paso del tiempo, apoyada en las glorias de su pasado imperial y su sueño de reinar por sobre todo el mundo occidental y aún más allá. Capital universal de la cultura y de la civilización.
Paolo Sorrentino, nacido en Nápoles y distinguido como ciudadano honorario en Roma, le realiza un exuberante homenaje a esta ciudad mítica, inspiradora de otras grandes obras a lo largo del tiempo y atractivo ineludible para los turistas y viajeros de todo el mundo.
“La gran belleza” tiene como personaje protagónico al sexagenario Jep Gambardella, escritor de una única novela (“El aparato humano”), que fuera éxito cuarenta años atrás, y periodista de profesión que se dedica a entrevistar a artistas y personajes del quehacer cultural, interés que va desde las artes hasta la filosofía y también incluye la religión.
Trabaja para una revista de alto nivel y vive en un departamento lujoso en pleno centro de la ciudad, donde realiza fiestas frecuentemente. Allí se reúne un grupo de habitués compuesto por dilettantes, empresarios, artistas. Bailan, se drogan, mantienen conversaciones pretendidamente intelectuales en las que abundan citas y menciones a las grandes figuras del arte y el pensamiento europeos, particularmente de los siglos XIX y XX. El clima es de frenesí, sensualidad y una sensación de vacío que ni las conductas más extravagantes logran exorcizar.
Gambardella asume una postura entre cínica y crítica a la vez, aunque no demuestra sufrimiento, parece anclado más bien en el aburrimiento, la falta de deseo y la nostalgia. Su primer amor, aquella muchacha que despertó sus emociones en un verano hoy lejano, solamente ella ha sido merecedora de sus sentimientos más puros y desde su pérdida, Jep se ha dedicado a buscar lo que él llama la gran belleza, en un intento de recuperar esa ilusión. Obviamente, no podrá lograrlo, porque como buen nostálgico que se refugia en el pasado mítico, jamás podría traicionarlo en otra persona o en otro objeto de amor.
Sorrentino se inspira deliberadamente en “La dolce vita” y otras películas de Federico Fellini, en los planos secuencia, los travellings, las locaciones, los personajes, los diálogos, los climas, la alternancia entre los detalles más prosaicos y los más líricos, entrelazados en un relato que pretende tocar todas la cuerdas de la sensibilidad. Pasado, presente y futuro, sueño y realidad, todo va tejiendo una trama plagada de símbolos y señales. Ironía y desencanto, corrupción, promiscuidad, decadencia y a la vez, deseo irrenunciable de trascendencia.
También se pueden advertir influencias de otros grandes directores italianos como Visconti, Antonioni y Rossellini.
“La gran belleza” es una película de enorme impacto visual, con una estructura narrativa un tanto manierista, que puede saltar de una situación a otra sin solución de continuidad, así como alternar flash back o imágenes oníricas, coquetear con el pasado clasicista y también con una mirada surrealista y bizarra que puede engarzar en un mismo diseño las manifestaciones populares y las glorias del genio humano, en una convivencia un poco recargada.
Todo el film reposa sobre los hombros de Toni Servillo, el actor que interpreta al personaje protagónico, quien lleva a cabo un trabajo muy laborioso, convincente, lleno de matices, contradictorio, a veces sincero, a veces embaucador, sin caer en exageraciones ni extremismos. Actúa rodeado de un coro de personajes secundarios que no le van en zaga en calidad interpretativa. En resumen, toda la obra manifiesta una concepción y composición en la que ningún detalle está librado al azar y en la que se advierte el buen pulso del director.