En estas eras de eclipse de los cines fuera de Hollywood (culpa de una pésima política cinematográfica, de la desidia de los exhibidores, etcétera) que se estrene este film es un acontecimiento. Un diletante, un escritor que tuvo su momento de gloria y hoy vive de escribir columnas, recorre la noche romana tras su 65 cumpleaños. Y sus encuentros esa noche, si bien pueden parecer una coartada para la nostalgia, son otra cosa: un revivir proustiano, alegre incluso, de lo que guardamos para nosotros. Hay una pequeña gran verdad en este film, o dos: la primera, que nuestra vida se inscribe en el tiempo pero nosotros mismos somos el tiempo, y allí está todo. La segunda, que la diletancia no es precisamente una mala palabra. Amoral en el sentido más sano del término, el viaje que propone La grande bellezza debe verse en la sala grande del cine. Un paseo que hace honor, pues, a su nombre.