Paolo Sorrentino (más italiano que la pizza) es el responsable de la película que probablemente será galardonada con el Oscar a la mejor producción extranjera de este año 2014.
La historia contrasta la riqueza visual esplendorosa que hace alardes de una de las ciudades europeas más hermosas del continente con travellings sutiles y movimientos de cámaras medidos, con una podredumbre espiritual de los personajes que la componen. En una oportunidad el protagonista Jep le pregunta a una mujer a qué se dedica y ésta le contesta "soy rica". Y esos son los personajes que deambulan por La gran Belleza: esnobs, burgueses pedantes y petulantes posmodernos que se la pasan de fiesta en fiesta. Sería injusto criticar que el director se florea al retratar a estos sujetos desagradables dotándolos de una buena imagen o tratándolos con simpatía, pero a la vez sus andares y sus diálogos huecos y pretensiosos son tan irritantes que es difícil no juzgarlos. Y es que ese es el punto de la película, la vacuidad de esta gente que hace recordar por ejemplo a los personajes que presenta Sofía Coppola en sus propios films (véase Somewhere o Adoro la fama). Se trata de una historia acerca del tedio, y difícilmente pueda evitarse aburrir tratando el aburrimiento mismo.
Probablemente sea intencional el hecho de que en la mayoría de las escenas estos personajes merodean por los barrios más pintorescos de Roma pero no por las calles, sino por terrazas, balcones e interiores en casas y departamentos. Y esto en parte demuestra cuán anclada en la realidad está la problemática del protagonista y de quienes lo rodean.
La Gran Belleza dejará su impronta no por los diálogos que sostienen los personajes, ni tampoco por la historia en sí misma, sino por la excelente y cálida fotografía y atmósfera en la cual se desenvuelve la fauna protagonista. Si de verdad este film se hiciera con el Oscar a mejor película extranjera (algo que marca tendencia con los premios obtenidos hasta aquí), no debería ser ajeno ese sabor agridulce al ver que La Academia la preponderó por sobre la magnífica La Cacería de Thomas Vinterberg, por ejemplo. Y lo curioso, leyendo criticas y apreciaciones de la película a nivel internacional, es que el enrevesado lenguaje con el que el director se maneja puede tanto repeler como atraer con la misma intensidad.