Durante poco más de dos horas y media, Jep Gambardella, protagonista de La Grande Belleza, nos guía con nostalgia y dolor, por una sociedad que conoce bien y de la cual no puede (¿no quiere?) despegarse.
La cámara, sinuosa, inquieta, atraviesa impune espacios reservados a la alta sociedad romana. Jep (Tony Servillo), testigo y víctima a la par, sesenta y algo, escritor de un solo libro que le dio cierto renombre en el pasado, es incapaz de escribir otro. Cínico, se dedica a mirar a sus congéneres como si se mirase en un espejo. Habitué de fiestas inacabables y encuentros colmados de vacío, desenmascara y pone en evidencia sin reservas a sus propios compañeros. La nostalgia lo invade en un presente insoportable en la Italia del “Caimán” Berlusconi.
Fellini se cuela por los poros de La Grande Belleza. La Dolce Vita, aquel fresco inolvidable de la década del ´60, convocaba los mismos fantasmas. Una sociedad sin rumbo, desencantada y sin horizontes. Marcello Mastroianni era un joven periodista venido de la “Italia Profunda” que se inmiscuía en los círculos más altos de la burguesía romana, dejándose arrastrar finalmente por el sinsentido.