Detrás de la historia que cuenta el documental “La Guardería” (Argentina, 2014) de Victoria Croatto está presente el esfuerzo que un grupo de personas hicieron, en el marco del exilio impuesto por la última dictadura cívico militar.
Hay un logrado trabajo a partir de entrevistas y resemantización del material de archivo para, sensibilizar de una manera ineludible acerca del destino de niños que no tuvieron la posibilidad de decidir su destino, momentáneo, y que a partir del recuerdo volverán a rememorar esa época.
La palabra cobrará una fuerza inusitada, en donde conceptos claves para poder comprender la situación, como zurdo, derecha, montonero, terminarán por completar la idea de un espacio “no espacio” que determinó la infancia a fuego de un grupo de personas y que ahora vuelve de una manera diferente, en donde el encuentro y la narración permiten su desafectación y cambio de mirada.
“Nosotros nos quedamos esperando a que vuelvan los padres” dice uno de los testimonios más fuertes de uno de los entrevistados. Y en esa espera, que en muchos casos no tuvo el resultado esperado, estaba signado también el destino de La Guardería.
Cuando llegaron a La Habana, aquel lugar idealizado, cuna del hombre nuevo, pero también de la posibilidad de efectivizar y ver en acción ideas revolucionarias, estos niños, hijos de pertenecientes a la organización política Montoneros, estuvieron alejados de sus padres con el claro objetivo de poder superar, desde allí, cualquier intento de apropiación, desaparición y muerte, que los militares pudieran haber implementado sobre ellos.
“La Guardería” habla de esa convivencia, de las impresiones de muchos de esos niños de entre seis meses y diez años, que de un día para otro vieron como el destino los dejaba en los brazos y cuidados de otros que no eran sus progenitores.
El lugar funcionó entre 1979 y 1983, y muchos de los niños por primera vez tienen que reencontrarse consigo mismos y con esa situación de eterno esperar y suspensión en la que sus padres los colocaron. Una de las mujeres recuerda que cuando leyó “Autopista al Sur” de Julio Cortázar, tuvo la impresión de estar ahí, detenida, sin saber qué pasaba delante de sus narices, pero con la plena convicción de saber que algo diferente se cocía en otro lugar más allá del relato que le hacían esas personas que los cuidaban en la guardería.
La directora intenta despegarse del relato, utilizando todo su conocimiento sobre aquello que es su objeto de estudio y análisis (ella fue una de las niñas de la guardería), pero aprovechando su archivo personal, como por ejemplo grabaciones de audios o imágenes de Super 8 para poder ir armando una atmósfera de época, y, principalmente, de la lucha que formaron parte sin siquiera saberlo.
La elección de hacer las entrevistas en estudio, aprovechando varias cámaras en simultáneo, como así también la cuidada edición y puesta en escena, permiten que “La Guardería” se distancie de cualquier otro tipo de documental mucho más efectista y tradicional.
“La Guardería” recupera un tipo de cine que intenta a partir de una anécdota construir una parte de la historia que duele y que además es necesaria para seguir teniéndola presente y evitar así cualquier idea de derecha de volver hacia ese lugar.