Más proselitismo que cine
La guerra del fracking deja el resabio amargo de saber que un estreno alejado de estos tiempos electorales -Pino Solanas es candidato a senador por la Ciudad de Buenos Aires- hubiera generado un film mucho más depurado y centrado en el objeto de estudio planteado por el título. Esto dicho porque el realizador de Memoria del saqueo comienza su film mucho menos como un documental de denuncia que como un manifiesto abiertamente político en contra de la actual gestión gubernamental, planteando de yapa que la solución a todos los problemas es su partido, Proyecto Sur. Después, como si hubiera recordado que antes que político fue cineasta, Solanas se interna en el conflicto extractivista tan en boga en la agenda mediática de estos días.
Pino Solanas no se anda con vueltas. Sus últimas películas, con excepción de la notable La próxima estación, exhiben una preocupación mayoritaria por el aspecto contenidista antes que formal. Se entiende, entonces, la ya clásica separación en capítulos, con leyendas en letras blancas funcionando como separadores. Pero esto no es algo necesariamente negativo. Por el contrario, hay una cuestión de urgencia en sus relatos, todos ellos centrados en descastados y/o marginados del sistema, que los vuelve atrapantes y cinematográficamente potentes, aun con sus excesos declamatorios. Y en ese sentido, La guerra del fracking no es la excepción.
El film comienza con una breve reseña histórica (bah, de los '90 en adelante) del conflicto petrolero/gasífero hasta la actualidad (venta de YPF, reestatización, Chevron, Vaca Muerta, etcétera) para luego viajar al sur y abocarse a los más débiles y desprotegidos del sistema: descendientes de mapuches, pequeños fruticultores y campesinos. A partir de aquí, la película oscila entre la cesión de un vía libre para que hablen y construyan un panorama completo de su perspectiva de la coyuntura y la endogamia política y cinematográfica de un realizador que nunca parece del todo convencido en que el protagonista no es él ni sus copartidarios –son contados los funcionarios y políticos no pertenecientes a Proyecto Sur- sino la problemática planteada y sus víctimas.
La guerra del fracking levanta vuelo cuando adopta la primera opción, poniéndose al servicio de las particulares geográficas y políticas generadas por la irrupción de esos emprendimientos. Ver sino la perfecta contraposición establecida entre las plantaciones de manzanas y el tembladeral tecnológico de un pozo petrolero ubicado a un alambre de distancia o la brutalidad policial en la represión de las protestas, dos postales que valen más que mil discursos proselitistas hechos película. A estas alturas de su carrera, Pino debería saberlo.