Sueños de juventud
Desde el 2003 con Memorias del saqueo, Pino Solanas regresó al documental político y urgente. Una especie de ensayo cinematográfico (por ahora una serie de 7 capítulos) sobre problemas estructurales que conmueven el presente y podrían afectar al futuro del país. Es ese carácter “urgente” lo que constituye el piso y el techo de la filmografía más reciente de quien fuera aquel director militante con un camino que lo cubrió de reconocimiento, lo expulsó al exilio en las horas más negras de Argentina y hasta lo expuso a atentados durante el menemato. Y es la propia historia de Solanas la que no lo salva en la comparación.
La guerra del fracking no es ni más ni menos que un programa de televisión con visos de periodismo de investigación que no puede negar su origen de propaganda proselitista de campaña política.
El director viaja a Vaca Muerta (Neuquén) con la socióloga e investigadora Maristella Svampa y el especialista Félix Herrero para mostrar lo que sucede en ese yacimiento a partir del acuerdo que YPF firmó con Chevron (una firma norteamericana acusada, con pruebas, de practicar el fracking). Uno sabe que este procedimiento de extracción de hidrocarburos (que contamina el medio ambiente y daña a todos los seres vivos y al planeta mismo), a través de la inyección de presión en el subsuelo con arena y elementos químicos, es una de las peores herramientas de un capitalismo salvaje que hace rato realiza lo que quiere en el mundo para ganar más sin medir ningún tipo de consecuencias. Pero uno lo sabe por información externa a la película. Por ésta sólo se puede intuir la nocividad del mismo entre un fárrago de tecnicismos, discursos uniformes y lógica bienpensante. Solanas manipula las imágenes, edita los testimonios y sólo le da la palabra a aquellos que van a defender lo que sabemos, de antemano, que está bien defender. No hay repreguntas, no hay dudas, hay puesta en escena y él aparece junto a los cuadros políticos de su agrupación (Proyecto Sur) apropiándose de la voz de la sabiduría.
Si en el discurso técnico y político uno puede dejar pasar algunas formas elegidas, en la mostración de los pueblos originarios y sus representantes, la manipulación se vuelve francamente paternalista y ofensiva.
El mismo Solanas, que pone su voz como articuladora y organizadora del documental, se cuida muy bien de dar nombres (salvo los del gobierno) y construye sus enunciados desde el eufemismo y los sujetos impersonales: mucho “se” (que vela y encubre cualquier actor y su consiguiente responsabilidad). Por poner un ejemplo, sólo una vez se nombra a Repsol.
Las imágenes de la represión a los manifestantes fuera del recinto de la legislatura neuquina mientras en el interior se votaba la aprobación del acuerdo nos permite comprobar, por si quedara alguna duda, que hay formas que nada tienen que ver con un tiempo democrático. Y nos insta a repudiar las mismas y las leyes que las amparan (la ley antiterrorista). Pero allí también Pino vuelve a creerse el centro y a copar la imagen. Lo que habla de él tanto como su decisión de elegir ciertos procedimientos cinematográficos para narrar: los planos cerrados en movilizaciones ya sabemos qué ocultan y los encuadres que contienen micrófonos de algún canal (TN, el Trece), qué manifiestan.
Que casi cerrando el filme se le dé voz a la Iglesia (en la figura de un párroco de la zona) obliga al espectador a revisar de nuevo La hora de los hornos donde la tríada Iglesia, Burguesía y Poder Militar se constituía como una entente de poder opresiva y aniquiladora para la revolución necesaria.
Parafraseando a un cantautor latinoamericano preferiría decir de Solanas y en memoria de su historia: el tiempo pasa, nos vamos poniendo ingenuos… pero se (me) hace difícil.