Sólo discurso y nada de cine
A la hora de analizar un film de Pino Solanas, dados los tiempos que corren, la tentación de quedarse sólo con su postura política es grande. Pero ojo, tampoco es tan difícil eludir esa trampa, basta apenas con seguir mínimamente el deber del crítico cinematográfico: reflexionar sobre las formas que adopta un discurso político, el vehículo estético al que recurre, observar qué pertinencia adquiere dentro del ámbito del cine. Muchos, demasiados, se olvidan que no sólo importa qué se dice, sino cómo se lo dice. Que hayan tantas personas (oficialistas, opositores, moderados, extremos, de izquierda, de derecha, de centro, arriba y abajo) que se olviden de algo tan elemental y básico, habla muy pero muy mal del estado de discusión cultural y comunicacional en la Argentina democrática.
Solanas puede ser alguien que realiza acertados diagnósticos sobre determinadas situaciones que vive el país, aunque en la mayoría de los casos no pasa de la mera descripción del panorama. Esta visión política ha comenzado a afectar en buena medida a su cine, que consiste cada vez más en discurso hablado pero sin un respaldo narrativo y/o estético que enriquezca el contenido. Desde Memoria del saqueo que lo urgente se impone en su filmografía: con excepción de algunos hallazgos en La dignidad de los nadies y La próxima estación (vinculados a darle una voz firme y fuerte a diversos actores sociales), no hay una voluntad real por problematizar las temáticas, por interpelar al público, que es lo que caracteriza al género documental, sino simplemente por bajar una línea determinada.
La guerra del fracking, centrada en los antecedentes, hechos y consecuencias del proceso de explotación del petróleo y gas no convencional en nuestro país -especialmente en el yacimiento neuquino de Vaca Muerta- continúa esta tendencia cada vez más empobrecida de la obra de Solanas. De hecho, a pesar de que ideológicamente están parados en veredas opuestas, se parece bastante en sus procedimientos a Néstor Kirchner-la película, en el sentido de que ambos construyen una voz, un discurso uniforme y homogéneo, sin las fisuras necesarias para enriquecer el film, que está destinado sólo a los ya convencidos. Es una película avasallada por el ego del cineasta/político, con un esquema discursivo tan rígido que no puede ocultar su obvia voluntad proselitista. En el medio, pierde la oportunidad de complejizar y desnudar apropiadamente los factores de poder en un escenario terrible y opresivo, que merecía una aproximación más lúcida.
Film de tesis inamovible, paternalista en su concepción, con una mirada hacia los hechos que jamás construye imágenes propias y depende sólo de elementos ajenos al cine, a los que manipula con llamativa torpeza, La guerra del fracking obliga a preguntarse qué pasó con el realizador que, con obras maestras como La hora de los hornos, supo ser popular (porque le hablaba al pueblo de igual a igual, sin subestimarlo), inteligente y sumamente político, en el mejor de los sentidos. Atrás parece haber quedado ese llamado al espectador activo.