Las criaturas de los inframundos dispuestas a saldar cuentas pendientes de su vida en la Tierra no son potestad exclusiva del cine de terror estadounidense, como demuestra esta producción surcoreana que, si no fuera por sus intérpretes de ojos rasgados, tranquilamente podría ser una producción de Hollywood.
La habitación del horror comienza con una filmación “casera” de 1998 en la que se observa una suerte de ritual que termina de la peor manera: con su protagonista degollándose con un cuchillo afilado. Corte a un presente que encuentra a un padre viudo –su esposa murió meses atrás en un accidente de tránsito– mudándose a un amplio caserón junto a su pequeña hija Ina. Las cosas se corren de los carriles normales apenas llegan, cuando la pequeña empiece a comportarse de manera extraña, como si estuviera ocultando algo, y el padre escuche sonidos en su habitación que no los genera ella.
Los motivos de lo paranormal hay que buscarlos en el clóset del título original. A la manera de Poltergeist, sus puertas son la entrada a un inframundo donde convive un grupo de chicos. Luego de la desaparición de Ina, ese padre desesperado iniciará un largo recorrido –que incluye la visita de un espiritista y un viaje hasta el medio del bosque, donde hay alguien que puede ayudarlo– con el objetivo de saber de qué se trata, qué hay “del otro lado” del placard.
Guionada y dirigida por Kim Kwang-bin, La habitación del horror recorre las postas habituales de este tipo de relatos, incluyendo algunos sustos de rigor y varias vueltas de tuerca que lentamente irán completando el rompecabezas, aunque adosándole a partir del Ecuador del metraje algunas situaciones propias del melodrama –con los ecos del tránsito del duelo– y el suspenso que enriquecen lo que hasta entonces era una película apenas discreta.