SIN INVENTIVA Y SIN TENSIÓN
Quizás ya no se recuerde tanto, pero a principios del nuevo milenio hubo un pequeño boom con cine de terror asiático, especialmente a través de su variante japonesa, conocida como J-Horror. Las sagas de La llamada (o, para ser más correctos, El aro) y El grito -que tuvieron sus correspondientes remakes norteamericanas) fueron quizás los éxitos más emblemáticos, aunque también se pueden sumar films como A tale of two sisters, Una llamada perdida y Dark water. En casi todos ellos, lo fantasmal asociado al resentimiento y los eventos traumáticos eran los hilos conductores para relatos que solían trabajar muy bien las atmósferas inquietantes.
Sin embargo, en los últimos años, la cartelera argentina -cada vez más empobrecida y uniforme- les ha dado poco lugar a las producciones del género provenientes del territorio asiático. En este contexto es que llega La habitación del horror, película surcoreana no aporta nada realmente nuevo, apelando a temas y formas quizás ya demasiadas vistas. El relato se centra en un hombre viudo que arriba con su pequeña hija (con quien tiene una relación entre distante y tirante) a una nueva casa, donde rápidamente comienzan a pasar cosas raras y atemorizantes. Pero no solo eso: también la niña exhibe conductas demasiado extrañas y erráticas, hasta que desaparece misteriosamente, sin dejar rastros. Desesperado, el padre iniciará una trabajosa investigación y, con la ayuda de un particular exorcista, terminará dándose cuenta de que la respuesta está dentro de la misma casa, o más precisamente, en el closet del título.
La primera media hora de La habitación del horror es muy floja y hace temer lo peor: diálogos remarcados, una banda sonora altisonante que se impone a las imágenes de la peor forma posible, actuaciones acartonadas y situaciones completamente trilladas, que configuran un combo casi indigerible. Pareciera que el realizador, Kim Kwang-bin, no supiera qué hacer con lo que tiene para contar, como si fuera demasiado consciente de que la narración está plagada de lugares que ya son comunes hace un rato largo y no encontrara formas de hacerla fluir de forma mínimamente distintiva. Recién ya entrada la segunda mitad del largometraje es que pareciera encontrar un cierto equilibrio para que la puesta en escena sea más consistente y, a partir de ahí, lograr instancias de verdadero suspenso, por más que no dejen de ser hallazgos aislados.
Por eso es que, probablemente, la mejor secuencia sea una donde el protagonista debe ir a ciegas y confiando en sus instintos, mientras el peligro lo rodea: allí el realizador consigue apropiarse del relato y darle al espacio, así como al contacto corporal, un carácter verdaderamente terrorífico. Sin embargo, por más que en ese y otros tramos el film amaga con poder configurar un mundo propio que capture la atención del espectador, lo cierto es que no pasa de meras insinuaciones. Cuando debe resolver sus conflictos, La habitación del horror entra en una vertiente dramática que apela al horror por vía de las relaciones paterno-filiales con algunos apuntes interesantes, aunque cede al trazo grueso y, en consecuencia, pierde el potencial impacto que buscaba. De ahí que termine siendo una oportunidad desperdiciada, una película que no estimula a adentrarse en lo que aporta el continente asiático al género.