Un impecable cuento acerca de los sobrevivientes
El film dirigida por Lenny Abrahamson, candidata a cuatro premios Oscar, tiene una trama particular que transcurre en un espacio único entre dos personajes. El suspenso es un elemento clave que se sostiene desde lo que no se ve.
Año a año la Meca hollywoodense y el inminente Oscar necesita de una película (dos, como máximo) que se evada de las convenciones y los clichés de un total de producción bastante rutinario. Ojo, la referencia a un film “distinto” alude a cierta independencia estética del mainstream, o en todo caso, al mismo origen de la obra. Es el ejemplo de La habitación, que procede de Canadá e Irlanda y está postulada a cuatro premios Oscar de suma importancia (película, director, actriz y adaptación).
En general, aquello “distinto” condice con la originalidad del tema, las decisiones que toma el realizador en cuanto a la puesta en escena y el contexto que rodea a la misma película. La habitación, en ese sentido, cumple a rajatabla con los tres ítems: una trama particular que transcurre buena parte en un único espacio con sólo dos personajes, decisiones formales con la cámara que sirven para alterar la monotonía y el encierro y, por si fuera poco, la información en donde se mezcla la gastada frase “basada en una historia real” con otros hechos parecidos de ese misma “realidad”.
Sintetizando: el film del irlandés Lenny Abrahamson (Frank, de 2014, además, suma la estupenda química actoral de la pareja protagónica, representada por la madre (Brie Larson) y Jack, su hijo de cinco años (Jacob Tremblay), quienes viven encerrados en los pocos metros cuadrados de un cuarto sin ventanas y una claraboya de por medio que sirve como único contacto con un mundo que se desconoce.
La estructura narrativa permite toda una primera parte de tono asfixiante, incómodo, casi irrespirable, comprendida por las preguntas del pequeño a su mamá, en donde se profundiza un excelso uso del fuera de campo a través sombras y sonidos que alteran la emociones de los personajes y, por supuesto, inquieta al mismo espectador. Esa primera hora y algo más, ofrece lo mejor del film: el suspenso se corrobora desde aquello que no se ve, y en tanto, la historia no deja de crecer a través del cariño de esa madre hacia ese hijo. La liberación de ambos, en donde la luz cambia y los planos ya no sorprenden por la originalidad, resulta catalizador y excesivamente emotivo para ambos personajes, en franca discordancia con la primera parte, que traslucía como más contemplativa, siniestra, poco enfática en relación a la pareja central, casi minimalista en su concepción del suspenso y al temor a lo desconocido. Extraña historia de amor entre madre e hijo, ubicada a años luz de docenas de películas hollywoodenses, La habitación es una película formalista, autoconsciente de sus varias virtudes y de sus pequeños defectos.