Muchas veces se dice que no hay vínculo más íntimo y determinante que el sellado por una madre con su hijo. Sobre este axioma del andamiaje maternal y de los primeros años de la infancia gravita La habitación, película independiente coproducida entre Irlanda y Canadá que logró meterse en la carrera por el Oscar. Con guión de la irlandesa Emma Donoghue, que adapta aquí su exitosa novela, el film nos interna en un trance estremecedor que no decae en interés a lo largo de sus dos horas de duración.
Una mujer (Brie Larson) lleva siete años secuestrada en una pequeña habitación instalada en el jardín de una casa. Fruto del tortuoso sometimiento establecido por su captor, ella ha dado a luz a Jack (Jacob Tremblay), un niño que pasa sus primeros cinco años de vida en medio de esa reclusión forzada, transitando cada día en un caos emocional que se debate entre el mundo trazado por su madre y la incipiente incógnita de una realidad más vasta. El mérito central del realizador irlandés Lenny Abrahamson consiste en no traicionar el foco de interés forjado en la alianza entre el chiquito y su mamá. Aún cuando el film podría inclinarse hacia el territorio del thriller escabroso, con un minucioso desarrollo de la opresión que la reclusa soporta bajo el dominio del secuestrador, La habitación jamás se inclina a darle mayor atención a la patología del villano de esta historia, ni a la enfermiza cotidianidad que él ha impuesto sobre su víctima.
A nivel atmosférico, buena parte del relato se sostiene en el minúsculo recinto que habita la dupla protagónica. Una cama, un ropero, una lámpara, una mesa, un par de sillas, un lavatorio, una bañera, un televisor y un microondas; son mucho más que muebles o artefactos, son piezas clave de un aislado bunker que esa madre ha sabido resignificar para mantener a su hijo saludable, tanto física como psicológicamente. Una estructurada rutina de ejercicios y una dosificada exposición del niño frente a la TV, forman parte de un riguroso esquema vital que inevitablemente terminará mostrando sus grietas. Un tragaluz oficia como la única ventana con ese afuera que la mujer sostiene a través de fragmentados recuerdos previos al encierro. En tanto que para el pequeño, el único mundo que existe es el que su mamá y la tele le han enseñado.
La incertidumbre sobre lo que hay más allá de las cuatro paredes de esa habitación devenida forzosamente en hogar, va creciendo progresivamente en la cabeza de Jack, a la vez que la angustia de su progenitora comienza a trazar posibles planes de fuga del infierno. Sólo hasta aquí conviene contar. La chance de escapar de una situación tan extrema conlleva grandes riesgos, que la película afronta desde una zona tan espinosa como la del cautiverio. Un puñado de planteos e interrogantes, que no necesariamente se construyen para lograr la inmediata complicidad con el espectador, asoman con un grado de adultez y veracidad poco frecuentes en el cine que llega a las grandes ligas del Oscar.
Más allá de que Brie Larson tenga casi garantizado el triunfo como Mejor Actriz Protagónica, avalado por su creíble performance y la avalancha de reconocimientos en el circuito de festivales; los integrantes de la Academia de Artes y Ciencias Cinamotográficas de Hollywood debieron considerar el descomunal trabajo del niño Jacob Tremblay, cuyo nombre merecía sumarse al seleccionado de actores muy jóvenes que a lo largo de la historia fueron nominados a la estatuilla. Más allá de la crispada y precisa actuación de este pequeño gran actor, su ausencia entre los candidatos resulta un tanto extraña si se tiene en cuenta que la película está construida de principio a fin desde la mirada de su personaje. Un chiquito enfrentado a la disyuntiva de transitar las zonas más luminosas y oscuras de ese limbo llamado infancia.
Room / Irlanda-Canadá / 2015 / 118 minutos / Apta mayores de 16 años / Dirección: Lenny Abrahamson / Con: Brie Larson, Jacob Tremblay, Joan Allen, Sean Bridgers, Tom McCamus y William H. Macy.