La habitación pertenece a esa clase de films que uno tiene muchas ganas de ver pero jamás ganas de rever. Aún así, vale la pena. Basada en un best seller, narra la historia de una madre y su hijo que pasan años viviendo en una habitación, ambos secuestrados por un hombre bastante perverso. Pero ese factor es menos importante que el auténtico: el contraste entre un mundo seguro pero ilusorio y el mundo real, peligroso pero riquísimo. Porque el verdadero problema de la película es qué sucede cuando estos dos personajes logran escapar -no es ese el clímax del relato, sino el disparador del conflicto, aclaramos para que no se piense que estamos adelantando algún secreto-. Si la película funciona es porque intenta adoptar el punto de vista de esa madre joven y ese niño pequeño, y lo logra en la mayoría de los casos. En última instancia, el tema es universal: todos estamos, alguna vez, encerrados en un mundo que no es más que una ilusión, una serie de mentiras en las que nos sentimos cómodos. Y todos, alguna vez, tenemos que salir de allí y relacionarnos con elementos que nos pueden resultar tan asombrosos como peligrosos. El problema de la película es que, cuando está a punto de universalizar su tema, de volverlo algo que trascienda su anécdota, vuelve a ella y apela a algún golpe bajo que, incluso inscripto dentro de la lógica narrativa, parece un tanto excesivo. Pero conmueve de verdad cuando lo hace, y en la mayoría de las secuencias con armas nobles.