(Re)construir el mundo.
Jack vive en Cuarto. Tiene una serpiente -el más complejo de todos sus artefactos, dice- hecha de cáscaras de huevo y un hilo. Tiene un fugaz amigo llamado Ratón, y asegura tener un perro llamado Lucky a quien nunca conoció. Tiene una madre que le deja ver sus programas favoritos, que le cuenta cuentos y le canta canciones para dormir, y que le sirve cereales con leche todas las mañanas. Con 5 años, para Jack el mundo es enorme. Pero Jack vive en Cuarto: es decir, Jack no ha salido de Cuarto nunca en su vida.
La Habitación cuenta la historia de Joy, una joven secuestrada a los 17 años y encerrada en un cobertizo desde entonces. A los dos años de su captura, tiene un hijo con su secuestrador, y entonces todo cambia. Cuarto se convierte, de golpe, en el centro de una narrativa que Joy mantendrá viva a toda costa por el bien de Jack. Su tragaluz, la única fuente de luz natural, será el centro de un sistema solar que se extenderá solo hasta los confines de las paredes.
La película es, en primer lugar, una historia atrapante y por demás angustiante gracias, en gran parte, a las maravillosas actuaciones tanto de Brie Larson como de Jacob Tremblay. Tras introducirnos al pequeño mundo que Joy ha creado para Jack y a la rutina a la que ambos están sujetos, La Habitación nos presenta en esta instancia con un aquí y ahora marcado por la urgencia de sobrevivir, una etapa cuasi instintiva de hacer cualquier cosa para salir.
Pero luego, cuando bien podría darse por terminado el asunto, se da lugar a una segunda instancia en la narrativa que presenta casi tanto conflicto como la primera: la del después. Nos encontramos con una película que no descansa en el punto final de “y vivieron felices para siempre”, sino que empuja un poco más allá para dar con la verdadera naturaleza de ese para siempre. Y es que resulta que tras 7 años en cautiverio, el día a día no es nada sencillo. Tras la inmediatez de volver a la vida viene la vida, empaquetada en un mundo enorme que excede cualquier pared. A la adrenalina le sigue la calma de la reflexión, y es aquí donde la cuestión se vuelve muy interesante. De golpe todas las palabras que aprendió Jack no son solo parte de Tele. Le toca el arduo trabajo de unir cada significante con su significado tangible, y resulta fascinante ver la fascinación -y la confusión un tanto temerosa- de un niño descubriendo los panqueques, o cómo funciona el teléfono, por primera vez. Mientras Joy trata de descifrar cómo volver al mundo que conoció, Jack debe construirlo desde cero.
Aquí yace la mayor ambición de la guionista Emma Donoghue: La Habitación no se encierra en ser una mera película de encierro y logra, sin despegarse de sus tan entrañables personajes, ser mucho más que eso. Cobra un tono casi antropológico, demostrando cuánto de lo que hacemos rutinariamente es cultural, cómo aprendemos a ser personas, cuánto necesitamos al otro para mantener la cordura, cómo contamos historias para mantenernos con vida, cuán poderoso puede ser el vínculo entre una madre y su hijo… el peor error que cometió el secuestrador de Joy fue darle algo por lo cual ella estuviera dispuesta a morir.
En esta brillante historia, que se acerca a la famosa alegoría de la caverna, es inevitable sentirse dentro de Cuarto junto con Joy y Jack. Tomaremos todo lo que suceda allí dentro como real, y nos dolerán los ojos cuando dejemos atrás las sombras y salgamos al sol de cada día. Viendo La Habitación nos dolerá todo. Lloraremos y los ojos se saldrán de sus órbitas por la ansiedad como los de Larson en la película, pero con tal de salir al mundo y ver el sol vale la pena: soportar esta película también lo vale.