Atractiva y desconcertante
La segunda película de Maximiliano Schönfeld es un paso adelante en su filmografía: introduce elementos fantásticos y a una actriz profesional.
Hay algo que está matando a las vacas. ¿Quién es ella?
-Ella puede solucionar sus problemas.
-¿Cómo? Ya intentamos de todo.
-Yo sólo se los digo. Ella puede.
Este diálogo es quizás el más representativo de lo enigmático de La helada negra, la segunda película de Maximiliano Schönfeld. Preguntas sin respuesta: ¿quién es ella? ¿cómo puede solucionar mis problemas? Y “algo” que está matando a las vacas. Ailín Salas es esa “ella” y también contesta con evasivas o mentiras. “-¿Tenés novio? -Enviudé”, y se echa a reir.
Alejandra (ese es su nombre) aparece -el verbo es exacto- tirada en un pastizal, a la vera de un arroyo, como dormida. La recoge Lucas (Lucas Schell) y la lleva en sus brazos a su casa. Ella se integra enseguida a esa comunidad de alemanes del Volga de la provincia de Entre Ríos, la misma que Schönfeld retrató en Germania, su película anterior.
La frase de León Tolstoi que se volvió lugar común, esa que dice “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, aquí parece estar en negativo. Schönfeld no pinta el mundo a través de su aldea, sino que se detiene en la singularidad de ese lugar con gauchos rubios, pollos correteando y carreras de galgos para pintarnos un planeta diferente, casi marciano.
Pero esa singularidad no tiene que ver sólo con la singularidad del lugar sino con el modo que elige Schönfeld de mostrarlo y la historia que construye para transitarlo. El misterio que rodea a Alejandra se intensifica porque parece tener poderes sobrenaturales que ayudan a que la cosecha mejore o que los galgos corran más rápido.
La helada negra tiene aires de fábula mística, de cuento de hadas fantástico contado con el ritmo del cine contemplativo. Cine casi fantástico, casi narrativo y casi experimental. Schönfeld dijo que puede verse como el Lado B de Germania, aunque por su densidad dramática merece el lugar de Lado A de ese luminoso simple en vinilo.
El centro absoluto es la presencia de Ailín Salas, que logra un tono exacto de languidez que no desentona con el resto de los actores de la película, que no son profesionales. La helada negra es un paso adelante de Schönfeld respecto de Germania, introduce el elemento casi-fantástico y a una actriz profesional en ese ambiente nunca antes explorado de la comunidad de descendiente de alemanes de la zona del Volga. El resultado es tan atractivo como desconcertante.