Autenticidad natural
El hombre siempre recurre a explicaciones por fuera de la razón para dar una respuesta a los hechos naturales. Es inevitable. Por más que la ciencia siga avanzando, es algo que nunca dejará de estar presente.
La helada negra retoma esa expectativa, ese deseo de solucionar los problemas imposibles de resolver con la simple acción del ser humano. En este caso, se trata de una helada que complica las cosechas de un pueblo de Entre Ríos, Villa María, una colonia alemana. Así aparece una chica, Alejandra (Ailín Salas), que con su presencia ayuda a que la naturaleza no abrume la producción de los habitantes de la zona.
Tras un buen paso por el festival de cine de Berlin y el BAFICI, el film se estrena en las carteleras porteñas, y era esperado por varios motivos. En principio, la producción de la película tuvo sus particularidades. El director arrendó unas parcelas de tierra para seguir y controlar la cosecha, 6 meses antes de empezar el rodaje. Esto fue importante para lograr el punto necesario para lograr el efecto deseado, tanto en la fotografía como en la credibilidad del film.
Ahí están dos de los puntos más fuertes del film, la belleza visual es muy alta en todas las tomas y no solamente eso, sino que aporta un aura de misticismo constante. La mano de la directora de fotografía Soledad Rodríguez y los camarógrafos muestran una sensibilidad especial que se destaca en todo momento. El efecto de credibilidad se potencia con la utilización de actores no profesionales que exhibe gran verosimilitud a ese contexto. De la misma forma, Ailín Salas se acopla muy bien a ese universo.
También aporta su enigma a los diálogos, que por momentos se tornan difusos, pero que rodean ese clima particular. Quizás ahí es donde La Helada Negra no termina de llenar; tanta poesía visual y una historia que se muestra interesante, le sacan protagonismo a la palabra que parece tan cruda como simple. Una forma de darle fortaleza a un intercambio simple y corporal, pero pierde en el típico compromiso de sensibilidad de parte del espectador.
Pero no hace falta una gran frase para completar una buena película. La vida común de todos los días no se llena de poesía. La helada negra toma un hecho milagroso para hablar sobre la simpleza de todos los días. Pero también para darle entidad a los hechos misteriosos que corren como rumores, como el chismorroteo de pueblo que corre entre los habitantes. O en esa envidia que se ve claramente en las chicas que desconfían de Alejandra y luego corren a pedirle ayuda. O en ese histeriqueo entre Lucas (Lucas Schell) y Alejandra.
La muestra de pueblo chico, infierno grande no está ni cerca de La Helada Negra, pero sí se ven fragmentos de esa lógica, de ese funcionamiento de la vida. El film de Schonfeld logra ser auténtico por méritos propios y técnicos, juega con la magia de la vida silvestre y con lo cotidiano de lo místico.