Agazapado, el campesino ve una figura yaciendo bajo la ladera. Desciende ágilmente, toma en brazos al extraño cuerpo y lo lleva para su morada. A partir de entonces, Lucas (Lucas Schell) ha introducido un elemento extraño en la comarca a la que pertenece, el prototipo de colonia alemana que varó en Entre Ríos o Misiones casi un siglo atrás, con los rasgos de origen inalterables. La chica (Ailín Salas) llega en momentos cruciales, mientras el pasto se seca y el ganado se muere, por una helada tan inexplicable como su llegada. A excepción de Salas, la chica misteriosa, de aura mística, que genera incógnita y esperanza en los campos de los hermanos Lell, todos los personajes están interpretados por actores no profesionales. Y sin embargo, la naturalidad de las actuaciones está a contramano de la naturaleza del enigma: claramente, algo extraño pasa, aunque parece contradecirlo el carácter apacible de los colonos y la bella fotografía de Soledad Rodríguez. Con aires a Teorema de Pasolini y Luz silenciosa del mexicano Carlos Reygadas, Maximiliano Schonfeld se anima a configurar un film de frágil incertidumbre, donde las cosas son, de tan elípticas, contundentes.