El segundo largo de Maximiliano Schonfeld es un extraño ejercicio cinematográfico. Entre el docudrama y el misterioso relato rural, inscribe a Ailín Salas, musa del cine independiente argentino, en la comunidad alemana de Villa María, en Entre Ríos, entre actores no profesionales. La presencia de la mujer parece natural y a la vez mágica, mientras una helada amenaza los sembrados.
La sensación de rareza se subraya con fundidos y texturas visuales que se suman a una cuidada y bella fotografía y a la captura de los sonidos del campo. La helada negra consigue más en el rubro estético que en el narrativo. Hay una aspereza, una sequedad que nos deja afuera, en el rol contemplativo de una serie de escenas cuyo núcleo entrañable, o atrapante, el director no logra del todo transmitirnos.