Una señora de su casa, americana ella, hereda un imperio mafioso en Italia. Ese es el “concepto” (que no la “historia”) alrededor del cual se intenta construir una película. Pero hay otros conceptos en danza (“contemos una historia masculina en clave femenina”, “hablemos de la lealtad entre las mujeres”, “hagamos un filme de acción disparatado”, “pongamos crímenes violentos de verdad porque hay que mostrar que la mafia es cruel”, “incluyamos un romance”). El ballet final está completamente descoordinado: incluso si no faltan momentos graciosos, el problema general es que hay demasiadas casillas que llenar y poca pertinencia para hacerlo. Y este es uno de los problemas más grandes del Hollywood contemporáneo: hay que quedar bien con todo el mundo y dar, en cada género (incluso si se mete todo con calzador) lo que se supone que ese género exige, por muy cosmético que termine siendo para el “mundo” que la película propone. Las actrices funcionan bien, porque después de todo nada de lo que falla en la película es su responsabilidad, pero La heredera... solo funciona como extraordinario ejemplo de film decidido en una oficina, no en la cabeza de alguien que necesita contar un cuento.