En 1966, Mario Monicelli dirigió La armada Brancaleone, un hito de la comedia italiana que convertía las narrativas de las Cruzadas y las costumbres del Medioevo en el perfecto terreno para la parodia. La estrategia de Monicelli consistía en nutrirse de la cultura cinematográfica alrededor del período -alimentada por la popularidad del péplum-, y ofrecer un retrato cómico del ser italiano en esa delirante armada de torpes y desarrapados. Pero tras el profundo gesto paródico que sostenía a la película no solo había una compleja apropiación crítica de la violencia social del pasado sino también una perfecta sintonía con el humor cáustico de la época. La misma idea había definido a Los desconocidos de siempre, su primer éxito en la commedia all’italiana, en su relectura del cine de robos con la burla a Rififí como eje.
La propuesta de La heredera de la Mafia se proyecta en ese camino. Una parodia de las películas sobre la Mafia -con El padrino a la cabeza-, con una impensada heredera elegida para su liderazgo. Kristin Balbano (Toni Collette) es la nieta del capo de una familia romana que en su niñez se fue a vivir a Estados Unidos con su madre; nada sabe de los negocios de su linaje italiano y se contenta con las atenciones a su hijo universitario, las disculpas de su marido infiel y un empleo en la industria farmacéutica que le depara maltratos y humillaciones. ¿Cómo hará esa mujer sumisa y devota de los deseos ajenos para liderar la Cosa Nostra? Ese parece ser el interrogante que nos traslada la película y que se decide a revelar en una historia que conjuga el empoderamiento femenino al estilo libro de autoayuda y la parodia más elemental del cine de gángsters.
Catherine Hardwicke (A los trece, Crepúsculo) nunca termina de apropiarse de la puesta en escena del cine al que pretende parodiar, sino que acumula pequeños chistes como grandes hallazgos, viste a su historia de los clisés que intenta cuestionar y reduce a sus personajes a esqueléticos engranajes de una idea previsible y un resultado poco divertido. Collette intenta sostener las peripecias de su personaje, una mujer que transita del sometimiento a la frivolidad y luego al liderazgo estratégico del crimen organizado, con un esfuerzo de carisma que parece agotador. Quizás Monica Bellucci sea quien sale mejor parada, moviéndose sin esfuerzo alguno y sobreactuando todo atisbo de italianidad para pasar el rato y ganarse su paga. La dinámica entre ambas actrices, que podría haber funcionado como dúo cómico, revela el total desajuste de la película, incapaz de pensarse como cine de parodias al estilo ZAZ (¡Top Secret!) -o incluso la modesta saga de Scary Movies-, y decidida a sostenerse en un feminismo oportunista.
Un gag que se pretende incisivo a lo largo de la historia es la socarrona referencia al libro de Elizabeth Gilbert, Comer, rezar y amar, germen de las narrativas sobre viajes femeninos por las tierras del vino y la pasta como inicio de una nueva vida. Eso que subyace como alimento de la parodia es lo que la película nunca se permite trascender y el creerse más inteligente que películas como Bajo el sol de Toscana se revela como una trampa en los hechos. Por lo menos allí había cierta honestidad en la propuesta de evasión y no la erosión de la comedia bajo un discurso aleccionador del empoderamiento.