REGISTRO DEL CAOS
El perfil interdisciplinario del universo teatral de Emilio García Wehbi lo hace una figura fundamental del teatro independiente nacional por su fuerza dramática y sus provocadoras obras que reflexionan sobre las presiones sociales, el hiperconsumo y problematiza en torno a como representar esta subjetividad con simbolismos que nunca pierden al cuerpo humano de la escena. Es un teatro afincado en el posmodernismo -que tiene entre sus principales referentes a Antonin Artaud-, que no teme ir al choque ni utilizar otros medios como la música o el video arte para comunicar desde el teatro. En La herida y el cuchillo, su segunda película, Miguel Zeballos intenta aproximar su cámara al proceso creativo, el escenario y la tarea observacional del espectador y de los intérpretes. El resultado es un documental fragmentario que por momentos carece de una línea narrativa y se pierde en la indulgencia y la declamación, a pesar de algunos segmentos logrados.
La cámara de Zeballos se desplaza detrás de bambalinas y hace del sonido una línea que va hilvanando y le da ritmo al documental. Esta forma de conectar momentos de punk, música melódica e incluso hip hop, es uno de los mayores aciertos que se presentan a la hora de representar el mundo de Wehbi y su naturaleza esquizofrenica. Por fuera de esto, la fragmentación también se traslada a lo visual: los planos enteros y generales son escasos, a menudo Zeballos deja que los cuerpos fragmentados de los actores en un plano medio desnuden la esencia de la obra teatral y sus interpretes. El cuerpo y la desnudez dan un espacio de solidez y armonía entre el caos narrativo y el ruido. Otros momentos muestran la rigurosidad de la dirección actoral de Wehbi, pero en el medio del caos nada es aleatorio.
El problema central de este aproximamiento radica en algo que parece adrede y es la carencia de una línea narrativa. La idea se desplaza del testimonial a la contemplación de la obra, sin llegar a dar un marco al documental. Hay una búsqueda indulgente de dejar asentado un manifiesto, las ideas que definen a ese mundo de Wehbi, y que casi podríamos resaltar en un texto y subrayar reiteradas veces desde su voz en off (con el tradicional fibrón amarillo). El problema es que estas sentencias y algunas secuencias de escenas de sus obras se montan sin dar un marco y no hay un diálogo con el espectador: más bien parece un ejercicio intelectual. Esto desnaturaliza los segmentos más sensibles del documental, el registro de los ensayos y su enorme complejidad para llevar a cabo la obra. Todo ocurre entre paréntesis.
Confuso y por momentos indulgente, sin embargo Zeballos logra algunos momentos memorables registrados en los ensayos. Pero la falta de un marco y una idea clara que cristalice la esencia del documental, más allá de su catártica secuencia final, hace que sea mejor idea aproximarse a una sala para conocer la obra de este interesante autor teatral. Luego sí, piérdanse en el documental.