Hay un continente donde nada tiene nombre
En La herida y el cuchillo (2019), Miguel Zeballos ensaya paradojas temáticas y técnicas. Estos fragmentos para una película sobre el director teatral Emilio García Wehbi hurgan en los límites de su propuesta creativa. A partir de once presentaciones teatrales ocurridas entre 2014 y 2019, esta obra hecha de cine y teatro muestra frontalmente la conveniencia de cierta pose artística que pretende ser disruptiva: siempre se critica una ideología, en este caso la del capitalismo, desde una sutil comodidad.
Los choques entre el quehacer teatral y sus búsquedas políticas aparecen por ejemplo en la escena donde el actor ensaya fuera de campo las entonaciones de aquello que decía Platón en La República. También surge en la función donde las actrices denuncian con ferocidad ciertos engaños sociales, y en la escena siguiente Wehbi aparece sentado durante varios segundos. De esta manera el montaje de Zeballos y Valentina Flynn ensaya ficción y documental para hallar una armonía momentánea entre los cuerpos, sus fragmentos y el diseño sonoro de Fernando Soldevila. Los diálogos y las confrontaciones de actores, efectos de golpes y ecos, y los títulos sobre el plano aparecen como formas de invadir lo visual.
Ya en su obra anterior Un continente incendiándose (2017) Miguel trabajaba el abismo entre lo audiovisual y lo verbal. En ese momento lo hizo con la variación de las voces narradoras cuando la protagonista, Mercedes Muñoz, y el propio realizador hablaban de forma omnisciente mientras paisajes o material de archivo aparecían en escena. Incluso Zeballos mostraba a Mercedes ensayando sus primeras líneas en la película luego de que hubiésemos escuchado la versión “definitiva” minutos antes.
La mayor paradoja trabajada ahora está en los ensayos teatrales donde el artista parece ser el público y no solo el director. Sentado en una butaca, Emilio García marca las intenciones de sus actores. Esa escena sin contraplanos da la idea de que él es a la vez un espectador activo y un solitario de sus ideas. El impasse posterior con una de sus actrices en un momento similar mostrará que ningún director es el único que comanda su propuesta teatral, aun si así lo cree. Además, inmortalizar estos ensayos en escenas documentales asoma una paradoja técnica: las variaciones para conseguir la intención certera pueden convertirse en algo definitivo.
Ahora, si estamos de acuerdo en que ambas obras ensayan maneras contradictorias de habitar espacios o lugares; la de 2017 partía de la geografía neuquina para tantear la zona previa a la memoria que menciona el narrador. En cambio, esta trabaja los espacios teatrales desde lo no convencional. Hay escasos planos generales y los desnudos son marcas de identidad fragmentadas por planos detalle. Parece que se tratara de notas a pie de página o comentarios de un espectador que conoce como amateur los funcionamientos de la escena.
Corregite
Y aunque en entrevistas Zeballos no se considere un experto teatral, tiene experiencia en las tablas. Así, se vuelve comprensible que La herida y el cuchillo desnude con precisión la inutilidad de la puesta en escena. Al final el director de cine o de teatro no es el único ni el que más arriesga en una obra. Acaso Miguel esté diciendo que el artista, sean cuales sean sus posturas o su rol en un proyecto, es quien debe enfrentar con más precisión sus contradicciones ante el público. Tal vez sea como aquello que señalaba Samuel Beckett a través de unos de sus personajes en Rumbo a peor. El artista es a quien le toca “fracasar cada vez mejor”.