La película sigue el trabajo del dramaturgo Emilio García Wehbi (creador de El Periférico de Objetos) y es la puesta en escena de una obra de teatro. Pero a la vez es la preparación de varias instalaciones de arte y, al decir esto, uno se encuentra frente a muchas obras, a muchas preparaciones como un juego de cajas rusas donde todo se divide y se multiplica de manera creciente y circular. Una libertad que nos hace recordar a los postulados del dadaísmo y hasta el cine más vanguardista de Jean-Luc Godard, donde lo importante es la imagen sonora y visual por un lado y el texto escrito por otro. Como si vinieran de manera anacrónica en un juego de opuestos. Los intertítulos acompañan a la imagen, crean un orden pero tienen su propia identidad. Y entonces el orden preconocido se rompe, se crea una estructura “desordenada” que se entrega al desgaste de la repetición. El cuerpo descubierto con toda su noción sexual explícita y encubierta, siempre en vista de ser su propia sinfonía. Incluso sin ver los cuerpos, los sentimos con un intenso uso del fuera de campo para mostrar que todo se expande siendo el gesto mucho más grande.
Desde luego también está el gesto político y aquí su toque surrealista. Pone el cuerpo como su propia ideología, como el único capaz de gestar su propia revolución al mismo tiempo que va multiplicándose. Al final todos los cuerpos juntos son los elementos para construir una imagen potente y directa.
Si bien estamos ante un material documental con su cámara inestable y que se pasea entre los actores, hay una línea fuerte de ficción, en la manera en como están las imágenes unidas entre sí. El corte abrupto, los ruidos, las formas en que compone sus cuadros, la alusión al cine mudo y por sobre todo los bloques oníricos como pequeños relatos oscuros, sirven de separadores y de igual forma funcionan como un postulado estético de suspenso y tensión que se respira en toda la película.
Un film que está para experimentarse, que responde a nuestros sentidos y no a ser una obra previsible sino entregada a una batalla por su propia obsesión.