Si en Amadeus, la celebrada película de Milos Forman de 1984, Mozart aparecía como un genio categórico y expansivo, en esta película del francés Rene Féret es apenas un niñito irritante y egocéntrico, una especie de figura secundaria ensombrecida por su hermana Maria Anna, más conocida como Nannerl, una artista de talento indiscutible que, dicen los estudiosos, sufrió las consecuencias de la firme decisión de su padre, Leopold, de relegarla por el solo hecho de ser mujer; una tara de la época. Nannerl era compositora y una apasionada por el violín, pero ese instrumento era en aquellos tiempos patrimonio de los varones, así que debió dedicarse al clavecín y al canto.
En los últimos años se editaron unos cuantos libros destinados a reivindicarla -como The Other Mozart, de Sharon Chmielarz, e In Mozart's Shadow: His Sister's Story, de Carolyn Meyer-, pero es esta película, basada en los reveladores datos aparecidos en algunas cartas que Leopold Mozart remitió a Lorenz Hagenauer, un benefactor que financió el viaje que realizó con su familia por Europa entre 1762 y 1766 para exhibir el talento de sus hijos ante las cortes del siglo XVIII, la que probablemente propague con más eficacia la historia de una niña prodigio eclipsada por su, a la postre, famosísimo hermano.
Exponente clásico del cine de qualité, el film de Féret coloca a Nannerl en el centro de una intriga amorosa palaciega destinada a reforzar la idea de la exclusión y remarca también sus intermitentes esfuerzos por independizarse, alterando algunos datos históricos conocidos para acentuar el injusto destino de una víctima de los caprichos del poder paternal y monárquico. Es, sin embargo, en la relación que Nannerl entabla con una de las hijas bastardas de Luis XV en un convento al que arriba donde Féret consigue un acercamiento a su personaje central más conmovedor, encarnado por una de las hijas del director, Marie, indiscutiblemente fotogénica, pero algo fría en su interpretación, incluso cuando es alentada y seducida por el delfín de Francia, que la anima a escribir su propia música. Féret declaró haber pensado en otras recordadas mujeres sacrificadas de la historia francesa Adele H, Camille Claudel como modelos a seguir. Pero su obsesiva prolijidad y su extremo academicismo impiden que se encienda el fuego que hubiese beneficiado a una película cuya corrección formal e ideológica por momentos abruma.