Feminismo desapasionado
La hermana de Mozart es un estreno rarísimo y que sólo podría suceder en un mes como diciembre, donde la concurrencia a los cines en Argentina baja notablemente. Raro porque es una película sin nombres resonantes o reconocibles para el gran público y que narrativa o formalmente carece de cualquier elemento de interés para que funcione, y además porque su fecha de estreno está totalmente desfasada, siendo su producción de 2010. El retraso en los estrenos se justifica en aquellas películas de autores que necesariamente deben ser recuperados en cine o películas verdaderamente importantes. En este caso, el film de René Feret parece llegar solamente por una necesidad de mercado de ocupar un espacio en la cartelera con la producción francesa de ocasión. Y tocó La hermana de Mozart.
Si bien hay que reconocer que en los papeles la película tenía su interés (conocer la vida familiar de un Mozart aún niño, ese espacio oscuro que rodea siempre a los genios y que aquí se devela con cierta rigurosidad), pero es la débil dirección de Féret y la dudosa selección de su propia hija, Marie Féret, como protagonista, lo que termina por mellar los mínimos atractivos de una película totalmente fallida. La actriz no encuentra nunca el tono y su presencia monocorde, para una actuación que debe conducir el relato, es un tiro mortal para las aspiraciones del film.
En lo estructural, La hermana de Mozart no le escapa a los estándares del cine francés de alta producción e intenciones historicistas, con su cuidada dirección de arte y sus perfectos vestuarios y peinados, que muchas veces encalla en los puertos del qualité haciendo agua completamente. Y si bien este es el caso, no deja de llamar la atención su renuncia al melodrama, que es el tono que habitualmente ilustra esas historias, para avanzar por los caminos del drama intimista. El asunto es que forma y fondo colisionan sin lograr una cohesión en el relato, por lo que queda un film demasiado convencional (sus giros dramáticos evidencian la presencia de un guión) para su experimentación narrativa, y demasiado desangelado para la apariencia de drama intenso que parece recrear.
Claro que La hermana de Mozart es inobjetable argumentativamente, en la exhibición de un universo de palacios y familias de clases medias con aspiraciones mayores que relegan a la mujer a un espacio de servidumbre. Sus ambiciones feministas se entienden y comprenden, pero es precisamente la construcción de un personaje tan inane como el de Nannerl Mozart lo que termina por hacer inocuo el mensaje de la película: no hay lucha, no hay complejidad, sólo aceptación silenciosa sin que esa actitud ejemplifique o simbolice algo, aunque sea una frustración. Ese quietismo, que es también el de la puesta en escena con una cámara que sostiene planos largos sin segundas lecturas, es lo que termina por condenar a esta producción al tedio y al olvido inmediato. La falta de pasión, en un film que quiere potenciar el rol de la mujer, es algo imperdonable y sumamente cuestionable.