La hermana de Mozart

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Familia de gira

Cuando los Mozart salen de gira por Europa, papá Leopold (Marc Barbe) se jacta de haber concebido con su esposa Anna-María (Delphine Chuillot) dos niños prodigio, que se presentan ante las cortes o los palacios como fenómenos musicales cuando toda la atención se dirige al pequeño Wolfgang (David Moreau) de once años y en un segundo plano, siempre en calidad de acompañante, a su hermana Nannerl (Marie Féret), que con sus 15 años es portadora de una voz encantadora y talento natural para ejecutar con pasión tanto el violín como el clavicémbalo. Pero el contexto en el que ha nacido la pre adolescente la condena al ostracismo -a nivel pedagógico- y por su condición femenina tiene prohibido desde el mandato paterno tocar el violín, estudiar y por supuesto componer.

No es un dato anecdótico tener presente que el director del film, René Féret, introdujo en el reparto a sus dos hijas Marie y Lisa con papeles importantes, así como contó con su esposa e hijo en los rubros de edición y la asistencia de dirección, respectivamente. Por este motivo, los desniveles actorales en La hermana de Mozart (2010) se notan en varias intervenciones de las hijas del realizador aunque es justo reconocer en Marie Féret mayores condiciones dramáticas para el papel protagónico en relación a Lisa, a quien le ha tocado el personaje de la princesa Luisa, hija del rey Luis XV y hermana del Delfín de Francia (Clovis Fouin).

Una de las subtramas de esta radiografía de época que bucea tangencialmente la figura de Wolfgang Amadeus Mozart en la etapa de su infancia obedece a la relación entre Nannerl y Luisa y cómo a partir de ese encuentro azaroso en una abadía llega a la vida de la protagonista el Delfín, un tímido y poco talentoso joven a quien secretamente Nannerl le compone para que se luzca sin siquiera levantar sospechas en su entorno porque se viste de hombre cada vez que se encuentra con el que podría ser futuro rey de Francia. A esa subtrama se le adosa la tortuosa abnegación y los avatares lógicos de vivir a la sombra de Wolfgang, el preferido de todos, así como padecer la condición de plebeyo a pesar de tomar contacto con el mundo de los lujos palaciegos durante las diferentes performances.

Debe reconocerse en el director René Féret un compromiso con su protagonista para que cobre el verdadero peso ante un nombre que con sólo aparecer eclipsa a cualquiera, tanto como la buena elección de la música que complementa la historia que no puede superar el planteo del comienzo y se queda en lo anecdótico con demasiada facilidad.

No obstante, La hermana de Mozart es una propuesta cinematográfica atractiva por su buena reconstrucción de época y una puesta en escena cuidada, con encuadres que a veces rozan el preciosismo pero nunca desentonan en el cuadro integral.