Bellochio muestra que los santos no sólo producen milagros
Marco Bellocchio se educó en un colegio de sacerdotes salesianos y cursó, a nivel universitario, Filosofía Religiosa por lo tanto conoce a fondo a la Iglesia Católica Apostólica Romana, tanto en los objetivos de esa institución como en los procedimientos que utiliza para lograrlos.
Bellocchio comenzó a dejar en su producción la impronta anticlerical cuando realizó “En el nombre del padre” (1972) y ya era notorio, de anteriores producciones, su característico estilo de crítico social enraizado en evidentes coincidencias con las políticas izquierdistas que tienen como una de sus bases declaradas a un fuerte anticlericalismo.
Llega a las pantallas argentinas, a ocho años de su rodaje, la obra que se comenta que sin embargo no ha perdido vigencia y fuera ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2003. Esta realización fue estrenada en España, y en algunos países de habla española, con el título de “La sonrisa de mi madre”, bastante apropiado para el conflicto argumental que presenta el guión.
La historia que cuenta es la de Ernesto, un pintor e ilustrador, agnóstico, separado de su esposa con la que mantiene una buena relación y padre amantísimo de su único hijo. Su vida se ve alterada cuando sorpresivamente le anuncian que su madre será canonizada. De allí en más se verá envuelto en situaciones que bordean lo bizarro, pues su burguesa familia materna armó una compleja interpretación de la muerte de su progenitora para poder hacer que la misma llegue a ser proclamada santa y obtener los beneficios que ese status les brindará a todos los familiares de la mujer, incluidos sus hijos, claro está.
Ernesto, con creencias muy alejadas de la fe religiosa, tendrá que enfrentar a ese sistema corrupto si quiere mantener sus convicciones. En el plan de lograr la santidad de su madre también están envueltos Cardenales que nunca revelan los verdaderos motivos por los cuales están tan interesados en que se logre que esa mujer llegue a ser venerada en los altares.
Con un contenido conceptual de esta naturaleza podría pensarse que el desarrollo es denso pero no es así. Bellocchio le impuso agilidad a la trama al dotarla de escenas de un humor que logran de manera amena comunicar al espectador lo que el cineasta quiere entregarles. Quizá tendría que haber cerrado de manera más contundente dos de las subtramas, una es la que presenta a un duque “anti Papa” pero con las mismas incongruencias de los Jefes del Vaticano, y la otra, a una mujer que se convierte en amante del protagonista simbolizando los fantasmas que lo rodean
El espectador encontrará que el cineasta le entrega una historia entretenida, llena de escenas irónicas planteadas desde lo absurdo que lo harán sonreír respecto de un tema sobre el que se conoce muy poco, como es el de la canonización dentro de la Iglesia Católica y los beneficios, no demasiado “santos”, que suelen lograrse con ese procedimiento.
Los años que pasaron desde que fuera estrenada esta obra (en 2002) han hecho que su metamensaje esté un poco deslucido, ya que 2005 murió Juan Pablo II, que proclamó 482 nuevos santos durante los 26 años que duró su Pontificado, convirtiéndolo en el mandato eclesial con más canonizaciones de toda la historia vaticana.
Quizá el mensaje sea discutible. En un momento en que en la Argentina se comentan las opiniones del escritor colombiano Fernando Vallejos respecto al carácter empresarial de la Iglesia, esta obra puede provocar muchos debates como sucedió en Europa. Es posible que eso sea lo que Marco Bellocchio buscó cuando decidió revelar los manejos subterráneos que puede haber en las interpretaciones del Derecho Canónico.
Lamentablemente la copia que se ofreció en la proyección a la que asistió este cronista era defectuosa e impidió apreciar en plenitud la factura técnica de esta obra cinematográfica que tiene un excelente contenido.