En el nombre de la madre.
Un gran año para Marco Bellocchio en las carteleras porteñas, al suceso de crítica y público que fue la gran obra cinematográfica Vincere, se estrenó esta semana La Hora de la Religión, un film que data del año 2002 y parece que nuevamente los críticos vuelven a deslumbrarse ante el imponente cine del director italiano.
Se trata de un film soberbio, reflexivo, inteligente y provocador, donde Bellocchio arremete y pone en tela juicio, no tanto a la Iglesia como institución, sino al corazón mismo que le da vida y la sostiene: la fe dogmática de sus creyentes, dejando entrever que detrás de cada discurso religioso no hay más que un vil interés narcisista muy lejano de las supuestas enseñanzas religiosas.
Ninguna realidad de los personajes en la película es tal como ellos intentan demostrarla o venderla, excepto en dos casos: el niño quien aporta toda su inocencia y el “loco” manicomializado. Ni siquiera su protagonista, Ernesto Picciafuocco (notable interpretación de Sergio Castellitto), quien es un ferviente ateo, pero este absoluto y obsesivo rechazo al discurso religioso, lo hace practicante y dependiente de ese Dios que para él no existe, aunque sea desde la rebeldía y a pesar de la renegación de su difunta y asesinada madre, la sonrisa de mamá se le encarna en el rostro.
El dilema aparece cuando se entera que van a canonizar a su madre, mujer que más que santa él la consideraba una “estúpida”; y cuando su hijo comienza con sus clases de religión, quien desde la curiosidad, espontaneidad y brillantez infantil le hace toda una serie de preguntas y planteos teológicos a su padre.
Con una puesta en escena ominosa, por momentos operística y con rasgos surrealistas, Bellocchio logra un relato donde insinúa más de lo que dice, se burla de los dogmas, oscila entre lo poético, bizarro y hasta lo melodramático. Cada personaje despliega lo ambiguo y enigmático de sus motivaciones, no hay lugar para conclusiones cerradas, todo lo que acontece se termina transformando en una gran incertidumbre.
Es en ese punto es donde lo atractivo de la película se vuelve paradójico, nos deja con deseos de interiorizarnos más en algunos personajes secundarios, quienes merecían un mayor desarrollo por la riqueza subjetiva que esbozaban. Así desfilan, entre otros, la ex mujer de Ernesto, la cual aparece con una llamativa y desconcertante rigidez pero queda sólo en eso y el hermano psicótico, asesino de la madre devota, producto de un delirio organizado aunque poco profundizado, tampoco deja muy en claro que lugar tuvo el padre en esta familia tan disfuncional.
Una pena que la proyección sea en DVD y no en fílmico, la obra pierde notoriamente la calidad visual y escenográfica que tiene, pero bueno “es lo que hay” y no deja de ser una oportunidad para ver uno de los mayores exponentes del cine italiano actual.
Por suerte a la locura, ni Dios puede curarla.