De los productos humanos, la religión y el arte son aquellos que permiten la elevación del Espíritu y su acercamiento a ideas supraterrenales. Pero quizá sea la divinidad, o lo que ella represente según nuestra formación, un buen término para denominar este contacto. Por su parte, el psicoanálisis ha planteado que esta experiencia individual y social tiene su origen -y, en ciertos casos, también su finalidad- en las profundidades del Ello. Todo podría resolverse con una apelación a la irracionalidad de los sentimientos o a lo simbólico, pero tanto los unos como los otros tienen su asidero en la realidad humana. Marco Belocchio logra con excelencia plantear todas estas cuestiones en un film que, merecidamente, ganó la Palma de Oro en Cannes (¡en el 2002!).
El disparador argumental es ya de por sí bastante novedoso. Ernesto (Sergio Castellito), un exitoso artista plástico, es consultado por las altas cúpulas de la Iglesia Católica para cerrar las operaciones en torno a la beatificación de su madre, asesinada por uno de sus propios hijos en un arranque de ira de éste. No obstante, el protagonista descree de la actitud de mártir de su madre, con quien no compartía el modo de manejar a la familia. Esta postura no será, empero, compartida por su ex-esposa y el resto de sus familiares, quienes ven en la beatificación una oportunidad de ascenso social. A partir de allí, los arreglos, las mentiras y las diatribas sentimentales del personaje protagónico habrán de caracterizar a la sociedad italiana como una comunidad extremadamente ligada a la institución religiosa y a la obra del artista como una de las más mágicos aportes del inconsciente individual.
Es menester destacar que Belocchio logra generar un aura especial para esta película que está teñida del lenguaje (artístico) del inconsciente. Los cuadros de Ernesto son ensueños y las escenas (y los cuadros de las mismas) tienen el color de un "como si", donde desparpajo y tragedia se combinan para incentivar la línea psicoanalítica que atraviesa la obra, como bien ya puede deducirse del subtítulo del film: "la sonrisa de mi madre". La inteligencia del director/guionista se encuentra en los detalles -en escenas- que condensan las ideas que han de tocar el espíritu del espectador. Una de ellas es crucial, la entrevista cuasi de diván del sacerdote a Ernesto en el almuerzo del comedor de caridad.
Quien se acerque al film se verá tentado a situar el desarrollo del mismo por fuera de lo real. Las situaciones que se suceden rozan lo cómico o son anacrónicas y tan poco ordinarias que exceden la estética realista de la película. Pues la realidad puede no cruzarse con lo mágico, aunque sí debe el inconsciente tener un conflictivo -y rico- vínculo con ésta. Por fortuna el director decidió inteligentemente incluir el motivo del crimen como "cliff hanger", ya que sólo si la madre de Ernesto se comportó como mártir puede ella ser beatificada -sin mencionar que, además, tuvo milagros que fueron "probados". De esta manera, la combinación perfecta entre sutileza, inteligencia y entretenimiento corona a La hora de la religión como un ejemplo del buen cine que realiza Marco Belocchio, uno de los mejores cineastas italianos de la actualidad (como se demostró con Vincere).
Finalmente, todo podría resumirse en el personaje del hijo de Ernesto e Irene: conflictos familiares y aspiraciones místicas. Todas las sociedades y todos los seres humanos tenemos una fachada y un interior. Sólo que quizá sea erróneo situar lo interno y lo externo como dos lugares incomunicados. Toda organización es tan simbólica como real e histórica, de manera que cuando algo extraño irrumpe en su seno, las consecuencias posibles son el cambio o la reacción conservadora. Muchas veces ellas sacan lo peor de nosotros, pero esta es la única vía para la autoconciencia, que nos muestra la eterna regencia de nuestra imaginación creadora.