Al final de la infancia
Un filme que transmite el estado de ánimo, y de duelo, que precede a la juventud y adultez.
Cuando La hora de la siesta ganó la sección latinoamericana en el último Festival de Mar del Plata, la película tuvo defensores -que elogiaron su estética poco convencional, sus atmósferas inquietantes, su delicadeza- y también detractores, que se quejaron de la abulia de los personajes, de la falta de rumbo de la historia y de la tendencia al tedio de la película. Ambos tenían razón. En todo caso, es lo que parece haber buscado su joven realizadora, Sofía Mora: transmitir -sin hacerlo obvio, a través de imágenes que recrean un complejo estado de ánimo- ese limbo en que no se es niño ni adulto, la preadolescencia.
Los protagonistas son dos hermanos, unidos, pero de personalidades casi antagónicas, que no sólo están soltando amarras del mundo infantil: también están entrando en el duelo por su padre, que acaba de morir. En ese día de despedidas, salen a deambular por un barrio vacío, mientras intercambian palabras entre desencantadas y cínicas, muchas de ellas cargadas de humor negro. En un caserón en decadencia, acaso onírico, se encuentran con un viejo amigo que cuida a su madre agonizante.
Los símbolos, no verbalizados, se suceden como en un sueño. Ahí el nombre de la niña, Franca (Belén Poviña, de buena actuación), la que más cuestiona la "realidad" que le transmitieron; ahí los padres muertos o agonizantes; ahí hasta la remera, invertida, del amigo obeso, sometido, con la publicidad Good Year ("Buen año", pero, claro, al revés). La lista continúa.
La película, en blanco y negro, tiene un tratamiento atemporal de la imagen y no condesciende al naturalismo ni al retrato de transitados rasgos de época. El fin de la infancia y el extravío que significa el paso a la adultez son transmitidos de un modo sutil, nada demagógico, con toques graciosos. Pero también es cierto que los diálogos triviales, los puntos muertos, la morosidad y la artificialidad de algunas interpretaciones -todos rasgos deliberados- hacen que el filme aburra en varios tramos. Algo que, para ciertas corrientes, no parece ser un defecto sino una virtud