Ganadora de la Competencia Latinoamericana del último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, La Hora de la Siesta, ópera prima de Mora con ayuda de Nestor Frenkel, desembarca extrañamente y con poca publicidad a las carteleras porteñas.
Recuerdo que finalizada la función me quedó un grato gusto amargo. Busco críticas de colegas, que no han salido satisfechos.
Mostrar la infancia desde un punto de vista tan lúgubre y pesimista, con desazón, pero sin caer en la demagogia o la manipulación sentimental no es fácil ni usual.
Por la estética blanco y negro, bien uno podría comparar esta película con la primera obra de la dupla Rebella – Stoll: 25 Watts
El padre de dos de los chicos protagonistas fallece. La familia se reúne para “celebrar” el velorio. La madre no sale de la habitación y los pobres menores deben soportar las condolencias y saludos. Pronto, mientras en el barrio, se celebra la hora de la siesta, ambos se escapan. El pequeño está curioso, infectado de los cuentos que le venden los adultos. La pre adolescente trata de comportarse como una adulta, asumiendo responsabilidades y contestando con soberbia e intelectualidad las preguntas de su hermano.
Ambos tratan de repeler las lágrimas con frialdad, y mientras recorren el barrio se cruzan con un introvertido muchacho que vive en una vieja casona, cuasi abandonada. Será una aventura lacónica, poco emocionante, pero que llevará a la protagonista a replantearse las relaciones con su hermano y el resto de su familia.
Mora, se embarca en crear un clima aún más oscuro y lacónico que la película uruguaya o la comedia melancólica mexicana, con la que comparte puntos en común, Temporada de Patos.
Lo que juega a favor de esta obra sobre las demás es que no necesita de planos tan simétricos o de una estética tan buscada. Le escapa a la solemnidad para introducirse en la melancolía y la nostalgia del ser solitario, del ser marginado por el mundo adulto, de ser un chico que desea crecer, pero a la vez necesita seguir disfrutando de actos inocentes.
No se trata de un film ni pretencioso ni moralista. El mensaje se encuentra en el modo en que uno juzga su propia infancia y como actuó en momentos de desolación similares. Mora no da respuestas, genera incógnitas acerca de cual es el camino correcto que deben llevar estos niños ante una pérdida de este tipo. Los sentimientos no resultan forzados, la represión es fundamental para entender el clima y los personajes.
Película que bien podría analizarse como tratado psicopedagogo, La Hora de la Siesta, nos presenta a una directora, que al igual que como hizo Julia Solomonoff con El Último Verano de la Boyita, no subestima a sus protagonistas, destaca su inteligencia, su valor, su imaginación, creatividad y astucia por saciar las curiosidades existencialistas, que muchas veces los adultos tenemos y que por miedo a no pasar por ridículos, decidimos callar.
El trío protagónico (especialmente Poviña), se comporta con gran naturalidad, y esperemos que siga un rumbo prometedor dentro del cine nacional.
Con menos humor del que uno piensa que no va a haber al principio (y por suerte este código queda enseguida claro), con una monotonía angustiante, pero a la vez preelaborada y justificada, La Hora de la Siesta es un pequeño gran film, que da pie a mayores reflexiones de lo que aparenta en una primera mirada, y que nos advierte de que debemos observar mejor y preenjuiciar, subestimar menos, la psicología infantil.