La revolución se queda en casa
El cine italiano ha sido uno de los claros exponentes del uso del género cómico como filtro de una realidad social. De hecho, la commedia all’italiana es una institución en si misma, a través de la cual se ha descrito con un humor crítico la sociedad del país, desde los tiempos de Mario Monicelli, Pietro Germi o Ettore Scola. Luego evolucionó hacia una comedia de corte político más marcado, como la de Nanni Moretti, hasta llegar a nuestro presente con la perlongada actividad de los renovadores de la década de los 80, pero también con las propuestas de nuevas voces.
Apartando las miradas más distanciadas e irónicas de los directores italianos más prestigiosos del panorama, como podría ser el Matteo Garrone de Reality (2012), hay espacio para autores de vocación popular como el dúo Salvatore Ficarra y Valentino Picone, cuya prolífica irrupción en la cinematografía italiana hace diez años se ha saldado con cinco alocadas y toscas cintas cómicas. La hora del cambio es su obra más deliberadamente política, con la que ansían trascender las historias personales y exponer, con la bandera del humor por delante, la fáctica corrupción de un pueblo siciliano, extrapolable también al funcionamiento institucional estatal. Para ello, dan la vuelta a la tortilla proponiendo el reemplazo de un berlusconiano alcalde, artífice y autorizante de maniobras irregulares locales, por un honrado maestro que pretende instalar la legalidad y las buenas prácticas en el pueblo.
Es inevitable pensar en alguien como Dany Boon cuando se visiona La hora del cambio, ya que comparten el mismo tipo de humor, basado en las costumbres del carácter autóctono y el trazo un tanto grueso. Aún así, mientras Boon sigue siendo fiel al estilo más recatado del cine francés, los italianos hacen gala de su habitual exceso y sucumben a un conjunto algo más explosivo, a nivel superficial. Y eso es una lástima, ya que con semejante premisa podría haber tenido lugar una película más inteligente, atrevida y, también, ácida. No sólo rebaja sus posibilidades, es que además su desarrollo se va agotando con el paso de los minutos. Termina resultando insípida, aburrida por su previsibilidad y nada emotiva, dejando para el espectador una sucesión irregular de gags a medio gas y sin la brillantez de sus antepasados cronistas sociales, anteriormente citados.
Es de lamentar el poco riesgo que Ficarra y Picone han empleado en su película, pero es comprensible teniendo en cuenta que está en gran parte pagada por Medusa Film, productora integrada dentro del grupo Mediaset –propiedad de Il Cavalieri Silvio Berlusconi-. Optaron por venderse a la mano del sistema que les da de comer, en lugar de intentar combatirlo desde su arte y por medios alternativos, tal y como propone en un principio el film.
Desaprovechada, con la caspa inherente a las obras cómicas de su productora, y tremendamente fallida en su ejecución contiene, sin embargo, una reflexión bastante coherente no sólo con el contexto italiano, sino con el español. Se anhela un cambio a mejor, una prosperidad en la que la transparencia y el buen hacer administrativo inunden las calles de las ciudades. No obstante, eso conlleva un esfuerzo y un sacrificio en primer término que ocasiona molestias en el ciudadano, pero que recibirá a largo plazo un beneficio que será constante en el futuro.
La población no está preparada para la mejora, ya que es incapaz de renunciar a su comodidad individual para el bien común. Por lo tanto, se regresa a los modus operandi conservadores y tradicionales, decadentes, nocivos, pero ya conocidos y en los que la sociedad ha sobrevivido hasta nuestro triste presente. El pensamiento generalizado que suscita eso de “vale más malo conocido, que malo por conocer” se aplica tanto en Italia como en España, dando lugar a este inmovilismo político del que parece que no se librará nadie durante los próximos tres años, por lo menos. Así, sí que “la hora del cambio” no llegará jamás.