La hora del crimen es una de esas películas de trampas en las te muestran una cosa para decirte después que estás confundido, que eso no era, que lo que realmente pasa es otra cosa.
El problema ?y por eso no temo adelantarles este dato? es que todos estamos entrenados para este tipo de películas. Muchas anteriores, principalmente de Hollywood, nos formaron para ser desconfiados y para prevenir lo que va a ocurrir. Hay miles de signos que se hicieron convenciones, cada cosa que pasa es un casillero que vamos tachando para después ?como en los juegos de esas revistas que llevábamos a la playa para no embolarnos? concluir en un único resultado final posible. Entonces, quien pretenda filmar una película de este clase, debe contar desde ya con esta corte de espectadores avivados y esforzarse para, una de dos: hacer algo estéticamente talentoso para que la previsibilidad no sea importante, o bien, algo originalísimo, que sorprenda por lo inesperado. Mejor sería que convergieran las dos opciones, pero bueno, con una sola suele alcanzar.
En La hora del crimen, la última condición ?la de la apasionante vuelta de tuerca? descártenla. Muy posiblemente, promediando la historia, van a saber cuál es el final. Si esperan sorpresas, estas nunca van a ocurrir. Para peor, los tiempos entre cada volantazo de argumento (se podría decir que hay sólo uno promediando la película y la resolución final) son demasiado largos, hay que esperar mucho entre novedad y novedad, ya que el director se detiene en tirar líneas que después no retoma y que justifica con el recurso más fácil: el del que “todo era un sueño”.
Sin embargo, no todo es desencanto en esta primera obra del director Giuseppe Copotondi. Inclinan la balanza a favor dos buenos actores. Kseniya Rappoport hace de rusa desgreñada que puede ser tonta, enamorada o peligrosa en algún momento de la trama y creíble en cada una de esas posibles personalidades en que se va transformando. Por otro lado, Filippo Timi es puro ojos y puro cuerpo, consigue que su personaje sea todo exterior para que nosotros vayamos imaginando escena tras escena su verdadero interior. Verlos en pantalla justifica estar hora y media sentada mirándolos y no se hace tan pesado llegar al final.
La hora del crimen no es de esas películas horribles que dan ganas de demandar al director para que nos devuelva el costo de la entrada y nos indemnice por la pérdida de tiempo y el daño moral que provocó su visualización, pero tampoco es de aquellas que vamos a recordar dentro de un mes, tiempo prudencial que el cerebro espera para desechar información que no considera trascendente. Perfectamente podríamos clasificarla dentro del género “para ver por cable”, les aconsejo que esperen a que esto suceda, de todas maneras, la están dando en muy pocas salas y cuando se dispongan a ir al cine seguro ya la habrán levantado…