Tras explorar en Ícaros (2014) el universo espiritual del pueblo Shipibo en la Amazonia peruana, la realizadora porteña Georgina Barreiro se propuso un desafío todavía más ambicioso y complicado: retratar en La huella de Tara-película presentada en prestigiosos festivales como los de Locarno y Mar del Plata- la dinámica del pueblo Bhutia que mantiene sus tradiciones ancestrales en medio de los Himalayas, en una región como la de Sikkim que hoy pertenece a la India, pero que también está muy cercana a Bangladesh, Bután, el Tíbet y Nepal. El resultado es un registro que, más allá de sus valores estéticos (la belleza de muchos de sus planos es sobrecogedora sin por eso regodearse en el pintoresquismo) y etnográficos (nos sumerge en una comunidad como la de Khechuperi que está a orillas de un lago sagrado y parece perdida en el mapa y anclada en el tiempo), expone a través de las vivencias cotidianas de cuatro hermanos que a su vez son los representantes más jóvenes de una familia numerosa, las múltiples facetas artísticas, religiosas (fuerte presencia del budismo tibetano), ecológicas (es una zona protegida) y socioculturales de la zona, las contradicciones generacionales, y las frustraciones, carencias y desafíos para aquellos que quieren encontrar nuevos caminos personales y profesionales en un mundo cada vez más globalizado. Honesta, respetuosa y sensible, se trata de una auténtica rareza en el contexto actual del documental argentino.