Río revuelto, río tranquilo
Emiliano Grieco apela a los sentidos y al poder sugestivo de la imagen de La huella en la niebla -2015- para exprimir el jugo de una anécdota, que gracias a la puesta en escena y al meticuloso trabajo de tratamiento de la imagen se nutre de diferentes capas sensoriales (recursos audiovisuales diversos) que invitan al espectador a un viaje donde tiempo y espacio se van diluyendo en esa misma niebla del título, la cual surge también como marco simbólico en el derrotero del protagonista, Elías y su intento frustrado de redención.
Hay un río que también es protagonista y que se presenta turbulento, más que calmo, como muchas veces corresponde. Mientras el agua ondea con cierta violencia, el bote que transporta al herido, Elías, surca ese río y lo devuelve a su origen.
Él viene cambiado, con ganas de recuperar un pasado que también se perdió en la espesura de la niebla; las asignaturas pendientes con la familia, una ex pareja que se volvió a juntar con un hombre, quien ahora ocupa su lugar y le impide estar cerca de su hijo. Tampoco hay redención posible en la búsqueda laboral cuando los viejos hábitos no se abandonan y recuerdan aquella herida en el costado que no deja de sangrar, como otro recurso para despojar el relato de ese realismo sucio que muchas veces abraza el documental para encontrar verdades.
La huella en la niebla por momentos dialoga intertextualmente con las propuestas cinematográficas del director Gustavo Fontán, no sólo por el protagonismo de la naturaleza o, en este caso, del Delta, sino por el vuelo poético de sus imágenes y el recurso del sonido no como referencia, sino como indicio para generar atmósferas diferentes y así lograr una correspondencia entre la emoción contenida, el silencio abrumador y la incertidumbre.
Quizás, a veces el realizador subraya demasiado las ideas en cuanto a lo conceptual y no permite que un público consustanciado con lenguajes como el propuesto aquí, busque los rumbos para abarcar la película.