Enigmática y metafórica
Del aspecto contemplativo el filme pasa a desarrollar un drama poten- te, con muy buenos secundarios.
Cuando una película comienza enigmática, lo mejor que puede pasarle al espectador es que esa sensación, como de desasosiego, de cierta incomodidad, no termine de acosarlo ni siquiera cuando el filme llegue a su conclusión.
La huella en la niebla empieza con Elías remando en su bote. Está solo, no solamente arriba de su embarcación, sino que no hay otro ser vivo a su alrededor. Está inmerso en la niebla, algo que el director Emiliano Grieco utilizará más que como una metáfora.
Elías esconde un secreto. Adivinamos que está regresando, y desea reencontrarse con su pareja, su hijo, su padre. Pero hubo -y hay- una muerte entremedio, por lo que su vida en el pueblito, o en el campo, no le va a resultar sencilla.
Grieco, que debutó en el documental antes de saltar aquí al largometraje de ficción, comienza su relato confiriéndole un aspecto más que contemplativo, a lo Gustavo Fontán. Luego la trama irá abriéndose, y con ella las perspectivas de que el drama vuelva a desencadenarse.
El director eligió a Damián Enriquez, en la que es su primera película, y el protagonista cumple con los requisitos del personaje. Es escueto cuando debe hablar, y sabe expresar sus sentimientos hasta con economía de recursos.
Distintos son los casos de Emme y Germán de Silva. Si bien cumplen labores en roles secundarios, pero que tienen fuerte influencia en el devenir de la trama, y en particular en el accionar de Elías, La huella en la niebla pega fuertes y bienvenidos cimbronazos cuando aparecen en pantalla.
A De Silva -que desde Las acacias, de Pablo Giorgelli, pasó por Los dueños, Relatos salvajes y Patrón, radiografía de un crimen, entre otras- le basta con entablar un diálogo, hacer un silencio, cuestionar, para tornar aún más creíble esta historia de soledad, de un hombre que no cree en el destino. Y así le va.