Bellos cuadros que se estiran demasiado
Fiel a un paisaje litoraleño de aguas amplias, calmas y sucias, y costas barrosas y barrancosas, Emiliano Greco (no confundir con el homónimo pianista y compositor de tango) ya había hecho un corto interesante, "Hijos del río", sobre los viejos pescadores que van desapareciendo, y un largo, "Diamante", que tanto alude al lugar geográfico donde filmó, y donde comienza el Delta, como al valor de su personaje protagónico, un chico de vida silvestre, igual a un diamante en bruto que se niega a ser pulido. Ahora presenta otro largo, "La huella en la niebla", sobre un muchacho más grande que también prefirió quedarse en bruto.
La historia es simple. Un joven surge de la niebla en medio del río, con una herida, más inclinado al trago y otros vicios que al trabajo. Su mujer se fue con otro, y su pequeño hijo apenas lo registra. Verlo tampoco se hace fácil. El joven sufre por eso, pero su naturaleza no cambia demasiado. Él es como el río que le da cobijo, donde rema tranquilamente solo, aparentemente calmo, con algún remolino cada tanto. Hay gente como ésa por aquellos lares.
El problema es que Greco elige contar esto a través de una serie de cuadros, algunos de ellos muy lindos, pero todos de escasa acción y pocos diálogos. Junto a los trabajos anteriores conforma un tríptico de creciente belleza formal, que además mira las diversas edades, pero la película se le hace de 82 minutos, cuando todo podría entrar en 28, y hasta le sobra. Muy buena, eso sí, la fotografía de Tebbe Schoeningh.