El pasado de la niña maldita con Isabelle Fuhrman
Trece años después de “La huérfana”, regresa la temible Esther para contarnos los inicios de su historia.
A principios del 2020 se anunció el comienzo de la producción de Esther, un film que revelaría varios de los secretos del misterioso personaje que conocimos en La huérfana (Orphan, 2009). La sorpresa y emoción de los fans se hizo notar a través de las redes sociales. Si bien la película no recibió en su momento las mejores críticas por parte de la prensa especializada, la historia queda en la retina de cada espectador que se sumerge en este diminuto infierno en época invernal. Bajo el nombre de La huérfana: el origen (Orphan: First Kill, 2022), esta precuela ya salió a la luz y las sensaciones son tan extrañas como incomodas.
Uno de los grandes aciertos que tuvo La huérfana fue la inclusión de una actriz de apenas doce años para interpretar a la villana de la historia. Con esa edad personificaba a una aparente niña rusa de nueve años que en realidad era una mujer madura de treinta y tres con problemas de crecimiento. Ese descubrimiento, el cual se da en el ingreso a la última etapa de la cinta, fue un shock que funcionó como una vuelta de tuerca bien pensada. Aprovechando la complejidad del personaje, y sabiendo lo mucho que se puede explorar, la nueva historia se remonta al 2007 en Estonia para contarnos los sucesos previos al largometraje del 2009.
Uno de los puntos más interesantes de La huérfana: el origen es que Isabelle Fuhrman vuelve a encarnar a Esther. Esto es llamativo y arriesgado: la actriz ahora tiene veinticinco años y regresa en la piel de una infanta. El resultado no es nada alentador. El paso del tiempo se hace notar y la interpretación de la aparente niña queda muy forzada debido al crecimiento físico de la actriz. Esto, si bien puede ser un aliciente para el gran público, exterioriza falencias muy notorias a medida que se desarrollan las escenas.
El film presenta distintos problemas de montaje y continuidad. Su realizador, William Brent Bell (El niño), juega con fuego. Los planos cercanos de Esther tienen en el centro a la misma Fuhrman. En cambio, al abrirlos, casi siempre se muestra a la protagonista de espalda a la acción siendo interpretada (y aquí sí) por una pequeña niña. Esto trae consigo escenas inconexas, bizarras y delirantes. Por ejemplo, sin preámbulos, veremos a Esther manejando un auto al ritmo del tema musical “Maniac” y fumando un cigarrillo. Un guiño a los espectadores que se corta de forma abrupta, sin sentido, haciéndonos pensar que el rumbo no tiene que ser por ahí.
Teniendo en cuenta estos factores, y sabiendo que la altura de Fuhrman es de 1,61 metros, la elección del reparto es también un tema para prestar atención. Para el padre se eligió a Rossif Sutherland (Possesor), medio hermano de Kiefer. ¿Su altura? 1,96 metros. Esta decisión explica en cuanto al contexto y posicionamiento de los interpretes en escena, en donde el vínculo padre-hija es uno de los condimentos que más atracción busca generar. En cuanto al rol de la madre, se eligió a Julia Stiles (La sonrisa de la Mona Lisa) y, aunque ella esté correcta, su personaje es tan confuso que nos desconcierta y repele.
La huérfana era incomoda. Imposible que no resulte chocante que una niña (aunque sepamos que el personaje es adulto) decida seducir a su padre. Sin embargo, este film no era grotesco ni bizarro. A través de la sutileza, sin decirnos mucho, logró construir una historia inmejorable que se valora aún más tras el paso del tiempo.
Años después, esta precuela busca ampliar el personaje, pero su resultado no es del todo satisfactorio. Su atolondrado inicio, su brusca manera de narrar los sucesos y las malas decisiones técnicas forman un combo negativo. Sin embargo, lejos de apartarnos de la gran pantalla, estos condimentos se contraponen a un entretenido y atractivo relato que (¿intencionalmente?) resulta inverosímil.