Muñequita brava.
Pasaron 13 años del estreno de la primera entrega centrada en una niña huérfana de 9 años, que era adoptada, pero lo cierto era que no sólo se trataba de una adulta con un problema de crecimiento (hipopituitarismo) sino que se volvía una pesadilla para sus adoptantes.
Isabelle Fuhrman, la actriz que le da vida a la protagonista, era preadolescente para aquel entonces por lo que una precuela más de 10 años después se me hacía extraño.
El nuevo director William Brent Bell tuvo el ingenio de utilizar efectos prácticos para que Fuhrman, con casi 25 años, se viera como niña. ¿Cómo? Con tomas de dobles infantiles en el cuerpo, con el resto de los personajes adultos usando plataformas y con Fuhrman empleando sólo su cara.
Podría haber sido peor el resultado, que la actriz pareciera una suerte de Chavo del 8 asesino, pero por suerte la entrega no falló en ese aspecto. Lo que más me gustó fue cómo abordaron el problema de crecimiento de la protagonista que busca aterrorizar a una nueva familia.
Leena, tal cual es el verdadero de su personaje, tiene todo para quedar en la memoria cinéfila junto a otros íconos del terror contemporáneo. ¿Una asesina que sin importar la edad está atrapada en el cuerpo de una niña? Compro, definitivamente.
Ahora, en estos casos muchas veces las historias son un calco de la original y acá no es la excepción, donde tenemos numerosos guiños a la primera entrega. No obstante, tras los primeros minutos del filme el director optó por algo más tradicional en vez de enfocarse en sus orígenes.
No hace falta ver la primera película, eso me agrada y si sos nuevo en esta franquicia, entonces te invito a verla.
Definitivamente, La huérfana: el origen es una oportunidad que los amantes del terror no deberían pasar por alto.