Hecha más de torpezas que de aciertos, La huérfana: El origen, precuela de la icónica La huérfana (2009), no logra redondear un relato efectivo y destacable como lo hizo la anterior, de la que conserva solo a su protagonista, la actriz Isabelle Fuhrman. Aunque cuenta con un par de escenas en las que el director William Brent Bell se permite cierta libertad que la salva de ser un bodrio total.
El prólogo nos lleva a Estonia, 2007, a un neuropsiquiátrico en el que se encuentra Leena, una mujer con un enanismo proporcionado que detuvo su crecimiento alrededor de los 10 años. Leena puede parecer una niña, pero es una mujer de 31 años, una estafadora excepcional y una psicópata capaz de matar con un lápiz.
Tan es así que no le lleva mucho trabajo escapar de la institución (dejando un reguero de sangre en el camino) y hacerse pasar por Esther, la hija desaparecida de los Albright, una familia adinerada compuesta por mamá Tricia (Julia Stiles), papá Allen (Rossif Sutherland) y Gunnar (Matthew Finlan), el hijo mayor. Leena/Esther y Tricia regresan en avión a su casa de Connecticut, momento en el que se muestran las primeras metidas de pata de la pequeña impostora.
La llegada inesperada de Esther, tras cuatro años desaparecida, emociona al padre, quien más la extrañaba y a quien la “niña” no tardará en conquistar con su talento para la pintura y su habilidad para tocar el piano, lo que también prepara el terreno para giros descabellados y dosis de humor.
El problema es que William Brent Bell toma decisiones tan apresuradas que parecen hechas como si no le importara mantener el realismo o la verosimilitud. Tampoco parece importarle quebrar el suspenso con muertes sin el mínimo rigor lógico, construidas con mucha bruteza.
El comienzo con ese escape imposible de Leena, la rápida adopción y el viaje a Connecticut para encontrase con una familia que cree que es su hija desaparecida son decisiones que maltratan la buena predisposición de la audiencia, como si para el director esos detalles argumentales no fueran importantes en las películas de terror.
Lo que le falta a La huérfana: El origen es más esfuerzo por entregar una historia que se sostenga durante sus 99 minutos y en la que se entiendan los pases de una escena a otra, el juego perverso de sus causas y consecuencias. Sin embargo, William Brent Bell también es capaz de sacar de la galera escenas que tienen cierta libertad y locura que hacen reír (en el buen sentido).
El hecho de que la madre guarde un secreto más terrible que todo lo que hace Esther, le da pie a la película para cambiar el rumbo y meterse en algo más retorcido y malsano, hasta llevar a Tricia y a Esther, que además compiten por el amor de Allen, al techo incendiado de la casa con el fin de justificar un cierre insostenible por donde se lo mire.
Isabelle Fuhrman cumple con su rol de mujer con aspecto de niña aterradora (con su clásico look de niña inocente con dos colitas al costado de la cabeza) y entrega un par de apariciones que provocan leves sustos. Y no hay mucho más en una película que se apoya en un guion con demasiados baches e inconsistencias lógicas.