Lo sabemos, el terror es un género predispuesto al cliché y lo inverosímil. Suele prestarse a ridículos de tamaña dimensión. Si pensamos fríamente a través de números de taquilla, lucía rentable una secuela de aquella gema llamada “La Huérfana”, impensado éxito que recaudara cuatro veces su inversión a su estreno, una década atrás. Basado en la historia real ocurrida en 2007, en República Checa, nos trae el extraño caso de una mujer, quien sufría de hipopituitarismo, una enfermedad que no produce las cantidades normales de hormonas de crecimiento.
Proveniente de la oscura factoría del entonces incipiente maestro del terror Jaume Collet-Serra, aquel film marcó a una generación por completo. Todo fan del género podrá presumir que cuenta con (al menos) uno que impactara de lleno en su niñez y adolescencia. Pregúntenle a aquellos millennials: el rostro del mal no abandonó sus pesadillas, por años. Poco queda en pie, de aquellas buenas intenciones a esta parte. “La Huérfana: El Origen” se erige como una precuela innecesaria por donde se la mire. Acaso, nunca vemos el origen, solo repetimos sin cesar. Asesinatos a diestra y siniestra vertebran una escena y otra. De antemano, ya sabremos cual es el giro. Todo es bastante previsible en este ejemplar de pobre aspecto estético. Un thriller manufacturado para desconectarnos de todo verosímil habido y por haber. He aquí unas de las incursiones en el género de horror más ridículas que haya podido rodarse en el último tiempo, bajo la responsabilidad creativa de escritores e incapaces más que de copiar al carbón referencias previas.
Resulta inevitable pensar en obras de culto noventosas, del estilo de “El Ángel Malvado”, protagonizada por dos tiernos (o no tanto) Macaulay Culkin y Elijah Wood. Lo peor no es ello, sino que ciertas decisiones narrativas borran con el codo lo dictaminado narrativamente para el film original. Por ende, atentando contra toda credibilidad posible. Relato sangriento sin emoción, “La Huérfana: El Origen” persigue la ruta iniciática tomada por la otrora reina del terror y su desembarco en Norteamérica, infiltrándose en familias. Diluido el encanto, tan solo el acento siniestro perdura en esta bizarra ilusión: la espeluznante niña actuando como una adulta asesina se ha convertido en una mujer adulta actuando como una mujer adulta fingiendo ser una niña.
William Brent Bell se coloca tras la lente y vuelve a recurrir a las dotes interpretativas de Isabelle Fuhrman, en decisión sumamente extraña. De nueve a veinticinco años de edad, se nota la diferencia de modo abismal. La estupenda y novel actriz de entonces se ha convertido en una mujer y sus rasgos ya no portan la misma inocencia. La perspectiva forzada intentará maquillar lo inevitable: zapatos de plataforma y muebles gigantescos pretenden hacernos creer lo imposible. Fallido truco carente de magia. Perdida toda aspiración macabra, el absurdo nos hará reír hacia adentro, confirmando la máxima: segundas partes casi nunca fueron buenas.