Crepúsculo cinematográfico
A Stephenie Meyer le debemos la franquicia -literaria primero, cinematográfica después- de Crepúsculo. No puedo decir que me guste demasiado (tampoco la odio) esa saga con Kristen Stewart y Robert Pattinson, pero al lado de este engendro llamado La huésped aquellas historias de vampiros enamorados resultan -casi- como El ciudadano (bueno, no es para tanto).
Andrew Niccol (quien combinó películas aceptables con otras bastante flojas como Gattaca, Simone, El señor de la guerra, El precio del mañana) cae a los subsuelos del universo hollywoodense con la dirección y -sobre todo- con el paupérrimo guión (lugares comunes, clisés, diálogos altisonantes, flojas actuaciones) de La huésped. No leí la novela original publicada en 2008 por Meyer, pero aunque fuese tan mala como esta película un autor y realizador competente podría “maquillar” un poco la cosa. Aquí todo es torpe, feo, obvio, ampuloso, solemne y grasa a más no poder. Diría que hasta bizarro, pero sin buscarlo.
Tenemos una chica (la irlandesa Saoirse Ronan, talentosa actriz de Expiación: Deseo y pecado, Desde mi cielo y Hanna) cuyo cuerpo es invadido por los aliens que dominan la Tierra. Ellos le implantan un “alma”, intentan borrarle la memoria, y quieren que ella los lleve hasta el refugio de los pocos humanos “puros” que quedan en la resistencia. La protagonista queda escindida, en una doble personalidad que la tironea todo el tiempo y la llena de contradicciones. Esquizofrenia que, claro, se verá amplificada aún más cuando se enamore de dos chicos carilindos (¿les suena de algún lado?). Hay besos bajo la lluvia, apelaciones entre místicas y new-age, y hasta un diseño de producción poco atractivo dentro de los parámetros actuales de la ciencia ficción. Ni siquiera William Hurt o Diane Kruger se salvan del bochorno. Flojísima.