Un romance hermafrodita
En el inicio, una panorámica del sistema solar barre la pantalla, mientras una voz en off nos sitúa en un futuro utópico. Habla de un escenario imposible, una Tierra donde los habitantes viven en armonía… porque sus cuerpos fueron expropiados por extraterrestres. Y así, cuando se espera un cruce entre Un mundo feliz y Los usurpadores de cuerpos, La huésped (adaptación de la novela de Stephenie Meyer) deriva en una versión de Crepúsculo con hombrecitos verdes. Melanie es una integrante de la resistencia que se suicida antes de entregarse. Su identidad la ocupa un invasor que se presenta como Wanderer y un comité le pide datos de la resistencia en la memoria que habita. Entonces reaparece Melanie, como voz de la conciencia, confundiendo la identidad del huésped. Wanderer es empática con Melanie; llega a la resistencia y la bautizan Wanda; es un ET humanoide que se enamora de Ian, un romance al que Melanie y su novio Jared asisten “desde afuera”. Pese a la endeble historia y las pésimas escenas de acción, hay algo peculiar en las actuaciones anodinas que recuerda (sí, es una blasfemia) a los autómatas de Bresson, como también en el implícito romance que sostiene la trama, el de Melanie con su huésped; un amor hermafrodita. Y en el fondo, eso es la ciencia ficción. La huésped, un film a tono con la generación whatsapp, sería un clásico para la juventud alfa que había imaginado Aldous Huxley.