El sentido de la memoria
Una realidad de contornos difusos, un sinfín de pequeños fragmentos: recuerdos, sensaciones, fantasmas y anhelos. La narración se deja llevar por las corrientes de la memoria de Inés: desde su casa en el lago hasta su departamento en la ciudad, desde su infancia hasta su inminente maternidad. La necesidad visceral de llenar un vacío doloroso invade la pantalla, la belleza de los colores es el antídoto contra la desesperación. Un libro reúne las imágenes que mezclan una niñez idílica con los vestigios de una vida destrozada. Una vida que se desvanece lentamente por la desaparición del padre poco después de una última fotografía tomada al borde del lago. La orilla que se abisma: un pasado recurrente con el perfume de un misterio sin resolver.
La memoria es un gran rompecabezas que se alimenta de la realidad y del ensueño en constante movimiento. La película nos permite componer nuestra propia melodía en una multitud de espirales que se entrecruzan. Inés recuerda una escena jugando a las escondidas de noche en un bosque cerca de la casa. Cuando el juego avanza, el ambiente iluminado por las linternas de los chicos se torna inquietante. El peligro acecha, pero de pronto las pequeñas lucecitas se funden en un universo imaginario, onírico, abstracto. En otra escena en el marco bucólico que rodea al chalet familiar, una rama se desprende de un árbol con un ruido fuerte y aterrador. La memoria también tiene que ver con los sonidos: una sensación, un crujido, el bosque. La idea de un lago es una exploración poética y emocional, una inmersión en la intimidad de una ausencia, una lúcida reflexión sobre el sentido de la memoria.