La idea de un lago

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

TEXTURAS INASIBLES

Un paisaje casi de ensueño: algunos arbustos, el lago y un sol brillante. Inés se va a caminar pero antes se acerca a la cámara, arquea las manos sobre ella y cubre con su aliento el lente. La pantalla queda nublada, como una suerte de cortina vaporosa y se vuelve inevitable asociarla con el tono y el formato de la película que es el del recuerdo.

La directora Milagros Mumenthaler se vale de la idea del fragmento de la memoria para jugar con la temporalidad, con las sensaciones, lo onírico y con las texturas tanto de los videos caseros como de las fotos de la infancia; sobre todo, de la única imagen de Inés con su padre antes de ser un desaparecido.

Pero en La idea de un lago también ejerce un rol central el concepto de libro. No sólo porque la película está basada en Pozo de aire, una recopilación de fotos y poemas de Guadalupe Gaona, sino también porque el filme se ve/lee como tal. Es decir, se construye en una combinatoria de la discontinuidad o distorsión de los recuerdos, la variación de las emociones o el detenimiento en ciertas percepciones para disponerlas en la puesta en escena no cronológica, eventual y semejante al recorrido por las hojas del libro.

Porque se trata de recortes de distintos materiales: las fotos, los videos, el salto constante en el tiempo, lo fantasioso, la individualidad. Incluso, la Inés adulta aparece en dos o tres ocasiones en un plano pecho contando algunas experiencias, como si Mumenthaler planteara aquellos mini discursos en tanto cierres o aperturas de capítulos de un libro subyacente, su libro audiovisual.

Por lo tanto, si bien hay un punto de vista guiado por la cámara y la selección de ciertos momentos, La idea de un lago también habilita un camino propio de cada espectador frente a esa diversidad de elementos. Inés arquea las manos y cubre con su aliento el lente. La cortina de vapor se extiende frente a esa evocación, frente a aquello que pudo haber pasado.

Por Brenda Caletti
@117Brenn