Como lucecitas en la oscuridad.
El segundo largometraje de la argentina Milagros Mumenthaler vuelve a transitar senderos que ya estaban abiertos a la caminata en su ópera prima, Abrir puertas y ventanas: las relaciones entre los miembros de una familia –muy particularmente, entre las mujeres– y la ausencia de un ser querido. La realizadora partió en este caso de una adaptación muy libre de Pozo de aire, el libro de fotografías y poemas en el cual la autora, Guadalupe Gaona, recorre su propio pasado –el de unas vacaciones en la Patagonia, marco geográfico de la única fotografía que posee de su padre, desaparecido durante la última dictadura militar– y el presente que le da origen al volumen. “No sé cuándo las comí / Pero las uñas me dan vuelta en el estómago / Como lucecitas en la oscuridad”, escribe Gaona y Mumenthaler, sin citar literalmente la frase, recrea algo cercano a esa primera sensación y, literalmente, pone en pantalla una secuencia donde un juego nocturno con linternas se transforma en uno de los momentos más bellos y evocativos de la película.
Inés (Carla Crespo) ultima detalles de la edición de su obra fotográfico-literaria mientras recorre los últimos meses de su embarazo, recientemente separada de su pareja (Juan Barberini). Desde ese presente no exento de conflictos y a partir del relato de la protagonista, el film viajará hacia un pasado con apariencia idílica, durante un descanso veraniego entre bosques y lagos y con gran parte de la familia, allegados y amigos participando de cenas, encuentros y juegos. En realidad, La idea de un lago irá alternado esas capas temporales (a ese presente y pasado se les sumará una tercera etapa, ligada a las primeras instancias de libertad post adolescente de Inés) para ir construyendo un tapiz de emociones. Pequeñas alegrías y grandes dolores que, de alguna manera, remiten a la estructura del libro de Gaona y, al mismo tiempo, al que puede suponerse ha construido el personaje en la ficción. La otra mujer esencial es la madre de Inés, interpretada por Rosario Bléfari, quien perdió a su marido en aquellos años y ahora se resiste a remover los vendajes de esas heridas, que nunca han cicatrizado del todo.
Si la memoria es el tema central de su nueva película, Mumenthaler esquiva el tono discursivo y los excesos de verbalización emocional para edificar pacientemente una historia que se construye (en algunos casos se deduce) a partir de los pequeños gestos y acciones. Y, desde luego, las miradas: no es casual que Inés sea fotógrafa. Es la particularidad de sus “recuerdos” –presentados a partir de diversas texturas y formatos de fotografía: un presente digital, un pasado analógico, una reluciente cámara VHS con la cual una Inés niña registra un momento incómodo entre su madre y un amigo de visita– los que le dan un sentido a prácticamente la totalidad de las escenas. El punto de vista es entonces esencial, como terminará de demostrarlo una instancia decisiva cerca del final del relato: todo forma parte de una subjetividad, los hechos son inevitablemente tamizados por una mirada particular. “Somos acumulación de memorias”, podría afirmar Inés, mientras espera el nacimiento de su hijo y recuerda, aunque a veces la intrusión de lo onírico tome el lugar más relevante de ese bagaje de evocaciones personales. Sólo así puede reconstruir esa singular idea de un lago, a la que puede sumarse el más estrafalario de los botes: un Renault 4 que responde al nombre de Correcaminos.