La idea de un lago de Milagros Mumenthaler evoca una casa de verano familiar y un padre desaparecido para abordar los vínculos entre afecto, memoria y representación.
Al contrario de lo que puede sugerir su sinopsis, el segundo largometraje de Milagros Mumenthaler no es tanto un filme sobre una desaparición como un filme sobre apariciones. Inés (Carla Crespo) prepara un libro de fotografías sobre el lago patagónico en el que vacacionó siempre su familia y en el que fue tomada la única foto con su padre cuando ella era niña, poco antes de que él desaparezca en dictadura (idea tomada del libro original Pozo de aire de Guadalupe Gaona). A su vez, Inés está embarazada en el contexto de una relación incierta, y ese doble alumbramiento (del libro de imágenes y el bebé que promete continuar la familia) abre inevitablemente la mirada al pasado, a ese lago que es también infancia e historia y archivo fílmico y padre y naturaleza: el lago es una totalidad, y como tal sólo se puede abordar a través de fragmentos, impresiones y ediciones.
Por eso La idea de un lago hace literales las aberturas poéticas, naturalistas y arquitectónicas de Abrir puertas y ventanas, el primer filme de Mumenthaler, como una tentativa de agotar su lugar patagónico. Serán las puestas en abismo encadenadas en un sutil juego de contrapuntos las que harán avanzar La idea de un lago, en su dimensión más notoria a partir de saltos entre pasado y presente. Pero también se alternan registros analógicos y digitales; ficción y realidad (la directora incluyó elementos personales en el filme); magia y ciencia (la sangre extraída de los dedos con la que los niños juegan a un ritual fantástico deviene el acto de antropología forense para identificar la identidad del padre); recitados narrativos frente a cámara y representación actuada de las vivencias familiares; cámara fija y en movimiento; realismo y surrealismo (la escena en que la Inés niña, una conmovedora Malena Moirón, ensaya una coreografía acuática con los parabrisas del flotante Renault R4 que manejaba su padre es de una poética maravillosamente arriesgada y a la vez precisa, sin retórica, tono clave que se mantiene en todo el filme).
Aun así Mumenthaler recurre a la narración naturalista como eje, el punto de partida constante para deslizar sus delicados desbordes y contrastes visuales: los juegos de espejos de La idea de un lago no son infinitos, no flotan en el vacío sino que confían en la contención doméstica y humana de interiores artificiales y exteriores naturales: allí subyace el lazo con Abrir puertas y ventanas. Los breves diálogos y encuentros entre Inés y su madre (Rosario Bléfari), su hermano Tomás (Juan Greppi) y su novio Pablo (Juan Barberini), que imponen el drama de la ausencia parental angustiante y del pronto nacimiento en una relación en crisis, son la base de La idea de un lago; si bien son los elementos en principio extraños a la película y a su posible tradición temática y estética lo que la hacen especial.
Tratado secreto sobre la manera en que el afecto se enlaza con la tecnología y las formas de representación (y de cómo la ideología muta de la política a la metafísica), La idea de un lago evita la mera disección cerebral con que amenaza su título al entregar un par de momentos memorables: la niña que empaña la cámara que la filma en el lago, Inés haciendo zoom en los inasibles píxeles de la entrañable foto con su padre mientras chatea con su madre, una rama que cae sola en el bosque, un conjunto de linternas nocturnas que se transforman en pura abstracción y la epifanía fantasmagórica de un padre meciendo a su niña en la oscuridad: una evocación del cine y sus espectros ópticos y sonoros, ese abismo que cada tanto devuelve la mirada.